Pedro G. Romero

El artista indisciplinado

4 Marzo 2025 Por Roberto C. Rascón
Pedro G. Romero
Pedro G. Romero recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas a finales de 2024. © Archivo Alarcón Criado

La trayectoria de Pedro G. Romero, Premio Nacional de Artes Plásticas 2024, despierta tanta admiración como desconcierto porque su obra abarca múltiples campos y formatos aparentemente opuestos. Desde la escultura a la ‘performance’, pasando por el cine y la investigación, su producción parte de lo popular —de ahí su afición por el flamenco— como pilar donde se asienta nuestro imaginario.

La figura de Pedro G. Romero (Aracena, 1964) desubica incluso a los grandes expertos en arte, de ahí que a la hora de hablar de su obra prolifere una palabra: inclasificable. Durante esta charla, el propio Pedro ofrece una alternativa: “Me gusta la oposición entre artista multidisciplinar y artista indisciplinado”. Y quién mejor que él para ubicarse… O no, porque hasta bromea con el tema: “En realidad solo trabajo en una cosa… Y no sé muy bien lo que es”. Sí lo tuvo claro el jurado que le entregó el pasado mes de septiembre el Premio Nacional de Artes Plásticas por “atender, rescatar y reinsertar en nuestra esfera pública la cultura popular en sus expresiones más ingobernables, investigando genealógicamente manifestaciones estéticas y simbólicas de comunidades a las que no se les reconoció un espacio de representación”. Prueba de ello son sus admirados estudios sobre el flamenco. “Que el flamenco y los flamencos hayan acabado representando lo español en el mundo no deja de ser una paradoja porque siempre fueron los perseguidos”, reflexiona. Ahora, junto a la galería Alarcón Criado, desembarca en ARCOmadrid —feria de arte patrocinada por Iberia— con una obra (Banderizas) vinculada a ese mundo: “Son los retratos de tres amigas flamencas, gitanas y activistas (María Cabral, Pastora Filigrana y Lorena Padilla) hechos con banderas que ellas me dieron y hablan de cómo construyen su imaginario”.

El pasado septiembre recibiste el Premio Nacional de Artes Plásticas. Ya más reposado, ¿cuáles son tus sensaciones?
Nunca he sido muy amigo de este tipo de reconocimientos, pero lo llevo bien. Al trabajar mucho con flamencos, que han sabido entrar en lo institucional y, al mismo tiempo, mantenerse en los márgenes, he aprendido mucho. Así que por el momento no tengo queja, todo han sido parabienes y no he percibido esa institucionalización. En definitiva, no le he visto las orejas al lobo.

Investigador, comisario, curador, performer, escritor, cineasta, profesor… ¿Pedro G. Romero descansa? ¿Con cuál de estos apelativos te sientes más cómodo?
Reconozco que duermo poco. Mi hacer artístico se expresa de muchos modos y de ahí tantas denominaciones, pero yo solo trabajo en torno a una serie de obsesiones que tienen que ver con la idea de lo popular y la construcción de un imaginario; que eso se exprese a través de una investigación, una exposición, una película o una conferencia es solo el medio. No distingo entre el artista, el curador o el comisario cuando presento una exposición, de hecho, creo que diluir esas fronteras me caracteriza.

“Cuando a mi hija le preguntaban en el colegio a qué se dedicaba su padre, no sabía qué contestar. Que no se sepa en qué trabajo certifica que voy por buen camino”

También se dice de ti que eres un artista inclasificable.
Trabajo con lo común, con lo popular en un sentido muy amplio, democrático y horizontal. Quizás eso sea lo raro en un campo como el de las artes plásticas, de ahí que no sepan clasificarme. Cuando a mi hija le preguntaban en el colegio a qué se dedicaba su padre, no sabía qué contestar. “Papá, ¿tú a qué te dedicas?", me preguntaba. Que no se sepa en qué trabajo certifica que voy por buen camino. Es bonito y lo llevo a gala.

El flamenco es uno de tus principales campos de investigación y muchos artistas (Israel Galván, Rocío Márquez, Niño de Elche o Rosalía, entre otros) han acudido a ti. ¿Qué crees que buscan?
Empecé a trabajar en el flamenco desde la afición y fue Israel Galván el que me obligó a profesionalizarme. Tenía ciertas ideas y visiones acerca del flamenco, pero no tenía intención de dedicarme a ello. Al final acabé siendo devorado por la pasión del estudio. Mi idea del flamenco es mucho más amplia que la que tienen los estudiosos tradicionales y quizás por eso he acabado trabajando con tantos artistas. Para mí, la afición es la gran construcción del flamenco. El flamenco son sus artistas, pero sobre todo lo es su público y reivindicar eso siempre me ha parecido importante.

El flamenco despierta un gran interés en el extranjero y algunos de los mejores festivales se celebran fuera. ¿Tenemos un complejo con el flamenco en España?
Sí, la relación que tenemos en España con el flamenco es problemática y es que no termina de entenderse bien. Los festivales que están haciendo una programación flamenca más clara, coherente y contundente son el de Nîmes (Francia) y el de Países Bajos. Los festivales nacionales, en cambio, realizan un gazpachuelo metiendo cosas de un lado y de otro. Luego están los complejos sobre si el flamenco es solo andaluz y eso debilita la comprensión de que el flamenco es un arte que tiene que ver con lo sensible y se extiende más allá de nuestras fronteras. El flamenco ha tenido importancia cultural en el sur de Francia, el sur de Portugal o el norte de África y eso se olvida.

La afición es la gran construcción del flamenco. El flamenco son sus artistas, pero sobre todo lo es su público y reivindicar eso siempre me ha parecido importante

En tu juventud te llamaban Pedro el punky. ¿Cuándo se produce la conversión?
Me fui a vivir a Arahal (Sevilla) y empezaron a llamarme así porque vestía raro. Iba con chalecos o gabardinas demodés, detalles que en un pueblo llaman la atención. Pero yo tenía poco que ver con el punk, a mí me gustaban grupos más experimentales, como The Residents o Bauhaus. Curiosamente, donde encontré un ambiente más afín fue en el mundo del flamenco y así comencé a codearme con artistas flamencos que me transmitieron su saber. Trabajar con Israel Galván, Enrique Morente, Carmen Linares, Tomás de Perrate, Bobote o Caracafé es brutal. Un lujo.

En 2021, el Reina Sofía te dedicó una retrospectiva y localizar tus obras se convirtió en una ardua tarea. ¿No te apena dejar atrás tu arte o forma parte de tu manera de entenderlo?
Me da coraje. Ahora en Alemania están preparando una exposición relacionada con el clima y están estudiando, a través de fotografías, una serie de piezas que hice en Brasil a principios de los 90 y que anticipaban muchas de las problemáticas que ahora plantea el arte ecológico. Aquellas piezas, por torpeza de las galerías con las que trabajaba, acabaron perdidas en las aduanas. Me genera cierta pena, pero sin dramas. Lo transitivo y lo performativo también son importantes para mi trabajo, así que muchas cosas se hacen y se pierden por el camino.

Todo el mundo tiene un talento, pero no siempre tiene la suerte de poder ejercitarlo. Tener ese privilegio depende de qué tipo de herramientas te dé la sociedad

“En el arte, el trabajo depende de más factores y no de la inspiración de una sola persona”, declaraste en otra entrevista. ¿A qué te referías con esto?
La inspiración es como respirar, primero hay que tomar aire para después soltarlo. Entender algo es una forma de dejarte atravesar por ello y el trabajo de artistas como yo pasa por ahí. Hasta el propio Picasso decía aquello de que la inspiración tenía que encontrarte trabajando. La inspiración no tiene que ver con el mito del artista romántico alumbrado por las musas, sino con llevar nuestros saberes y sensibilidades al límite hasta dejarte capturar por algo nuevo.

Y si hablamos de talento, ¿qué reflexión despierta en ti?
Creo que todo el mundo tiene un talento, pero no siempre tiene la suerte de poder ejercitarlo. Tener ese privilegio depende de qué tipo de herramientas te dé la sociedad. Desarrollar un talento tiene mucho que ver con el tiempo, con liberarse de formas de trabajo a las que muchas veces la vida nos obliga. Recuerdo a mi abuela… Cuando el médico le dijo que tenía cataratas, le pidió a mi padre que le comprara oleos y se puso a pintar. Nunca había tenido tiempo para ello, pero tenía miedo a perder la vista y ya no paró de pintar hasta que murió. El talento lo tenía.