Andrés Cánovas
Arquitectura con principios
Sobre la idea de personas y lugares se sustenta el diseño del Pabellón de España en la Exposición Universal de Dubai. Pensada como una plaza para el sosiego y la reflexión, la obra de Amann Cánovas Maruri busca fomentar la sociabilidad y apela a una sostenibilidad, construida desde el compromiso, que vaya más allá de lo climático. De la mano de Andrés Cánovas, uno de sus fundadores, nos adentramos en un estudio, reconocido con más de 70 premios nacionales e internacionales, que ofrece formas de transitar por la actualidad a través de nuevas realidades arquitectónicas.
Donde comienza la sombra. Esta es la consigna para encontrar el Pabellón de España en la Exposición Universal de Dubái. Una concatenación de plazas, en las que el tiempo parece aquietarse, pensadas para el descanso y la reflexión. “La dificultad de un proyecto como éste consiste en no perder de vista que, frente a la representación pura y sobre las condiciones de inevitable espectáculo, es posible ofrecer a las personas un lugar amable e inteligente en el que refugiarse”, comparten desde el estudio.
Andrés Cánovas (Cartagena, 1958), uno de los fundadores del estudio, nos habla sobre un proyecto sostenible en el sentido más amplio del término. “Ante la velocidad agobiante que padece la sociedad contemporánea, no es desdeñable un conjunto de espacios en los que la lentitud también tenga cabida, y frente a las prisas por asimilar todo lo que encontramos el Pabellón de España ofrece sosiego. Ese era uno de los retos”. Pero, ¿era el único?
Además de la funcionalidad del Pabellón de España en la Exposición de Dubái, ¿este proyecto ofrece una visión crítica o reflexiva de la contemporaneidad?
Queríamos apartarnos del concepto arquitectónico que abunda en Dubái y de la brutal tecnología con la que funcionan esos países. Es curioso que se hable de sostenibilidad pero que a la vez se planteen edificios que han de ser refrigerados y calefactados mecánicamente con sistemas carísimos y absolutamente contaminantes. La reflexión fue mirar a la arquitectura que históricamente se ha realizado en otros lugares y plantear un pabellón con ciertas condiciones pasivas. Funciona con muy poca ventilación mecánica: la forma del edificio y el modo de estructurarse favorecen su condición sobre el clima y el territorio, y su huella de carbono es lo más baja posible. Si la arquitectura actual no se encabalga sobre la gran revolución del clima, estaremos mirando donde no corresponde.
“Si la arquitectura actual no se encabalga sobre la gran revolución del clima, estaremos mirando donde no corresponde”
Los términos de la sostenibilidad se amplían, ¿hacia dónde debería evolucionar la arquitectura?
La palabra sostenibilidad está muy desgastada, pero eso no quiere decir que no haya que seguir atendiendo a este asunto. Me gusta más utilizar la expresión “arquitectura de los cuidados”, que es una arquitectura que atiende al territorio y al clima, pero también a las personas. Existe otro tipo de sostenibilidad, la social. El pabellón, por ejemplo, no tiene puertas —solo en las exposiciones— y se comporta como una plaza pública. Es un tipo de arquitectura que habla de la sociedad y de conservar aquellas condiciones que han dotado a nuestros países de cierto grado de sociabilidad. Uno de los lugares sociales es la plaza, donde nos sentamos, nos reunimos, tomamos un café o leemos el periódico. Deberíamos acostumbrarnos a contemplar otro tipo de acepciones de la sostenibilidad, no solamente la climática.
Hablas de la plaza, un lugar clave en las civilizaciones de la antigüedad, ¿son estas culturas una fuente de inspiración?
Claro, somos una especie en evolución. Nuestra propia biología es mirar a lo anterior, a nuestro código genético y plantear una evolución. La cultura no se entiende tampoco sin mirar atrás, pero no puede quedarse ahí. Se trata de generar un nuevo presente a través de los impulsos del pasado.
Esa contemporaneidad se respira en muchos de vuestros edificios, que han sido elegidos por artistas como Love Yi, Ayax o Hinds como escenarios para sus vídeos. ¿Cómo asumís esté fenómeno?
Cuando vimos que era un fenómeno que se repetía nos interesó estudiar cómo conectaban ciertas obras con un determinado segmento de la población, sobre todo gente muy joven dedicada a estilos musicales, como el trap o el rap, lejanos a nosotros. Esto nos llevó a pensar que había cierta conexión de la arquitectura no solo como objeto, sino como parte de un paisaje urbano relativamente contemporáneo. Y eso, sabiendo que ellos elegían fundamentalmente estilos de viviendas, nos parecía muy atractivo.
La pandemia ha demostrado el cambio radical que requieren los estilos de vivienda actuales, ¿cómo vislumbráis este cambio? ¿Qué intervenciones estáis llevando a cabo en este sentido?
La sociedad va muy por delante de la arquitectura y hay cambios sociales que la arquitectura, que es una disciplina con una inercia tremenda, no ha logrado asimilar. Lo que sabemos es que los modelos de vivienda sobre los que venimos trabajando no son extremadamente contemporáneos. Han surgido modelos de gestión que hacen que la vivienda colectiva empiece a ser distinta, también en relación con el clima y el planeta o el empoderamiento de la mujer. Qué distinta es una vivienda pensada para la familia de una que se piensa para las personas, independientemente de cómo se agrupen familiarmente. No serán casas estrictamente familiares, sino lugares que se pueden adaptar a distintas condiciones de vida.
“La sociedad va muy por delante de la arquitectura y hay cambios sociales que la arquitectura no ha logrado asimilar”
¿Cómo se identifica hoy el talento en esta profesión?
Hay una palabra importante que, a veces, no se enseña en las escuelas de arquitectura y es el compromiso. Un arquitecto debe estar comprometido con su profesión, al igual que los médicos o los abogados, en relación a su servicio a la sociedad. Además, es una profesión ligada a otras disciplinas, como la sociología, la filosofía o las artes visuales, y la formación no tiene que ser estrictamente técnica, sino técnica y humanística. En ello, nuestras escuelas hacen un buen trabajo y son distintas a las de otros países europeos. De ellas salen buenos arquitectos que, tras la formación, elegirán su nivel de compromiso: si es bajo, la formación servirá de poco; si es alto, será una herramienta para ejercer.
Los concursos forman parte de vuestra cotidianidad, ¿es la llave para poder construir el cambio?
El 90% de nuestro trabajo ha sido a través de concurso público, algo que permite plantear condiciones sobre los proyectos que no están sometidos a la inercia del presente. Nos obligan a no ser monótonos. Creo que la repetición, lo cotidiano, es lo peor que nos puede ocurrir. Por tanto, huir de lo cotidiano y pensar de manera distinta es algo fundamental, y el concurso lo favorece porque existe competencia. El esfuerzo intelectual y material que tienes que hacer para ellos es brutal, pero también es el arma de transformación.
¿Cuáles son los retos del estudio para los próximos años?
No atender demasiado a nuestra trayectoria: lo único que nos interesa es el próximo trabajo y el compromiso con él, por pequeño que sea el proyecto. El enfoque se basa en pensar que la caseta de un perro necesita el mismo esfuerzo que el Pabellón de España en la Exposición de Dubái. No hay trabajos de primera o de segunda, sino compromisos con la sociedad.