Casa Josephine
Talante estético
Entre los planes de vida de Íñigo Aragón y Pablo López Navarro nunca estuvo hacer del interiorismo su profesión. De hecho, fue la última gran crisis la que marcó un viraje en sus caminos. Hoy, los proyectos de Casa Josephine hablan un español que traspasa fronteras.
Hace doce años, Íñigo y Pablo hicieron las maletas y se compraron una finca en Sorzano, un pueblo de La Rioja de 200 habitantes. Aquella casa marcaría un punto y aparte en el hospedaje rural. La decoraron con un gusto exquisito que hoy puede leerse como un alegato a la España vaciada, aunque esta nunca fue su intención. Pero dotar de un lenguaje contemporáneo a la decoración vernácula no fue lo que dio fama internacional a Casa Josephine. La sensibilidad de ambos por la estética y el diseño se popularizó en su propio apartamento de Madrid. Dos veces al año su hogar se transformaba en una tienda pop up, por donde llegaron a pasar desde Sarah Jessica Parker al decorador americano Michael Smith. Su interior se reinventaba con un cargamento de muebles y objetos que se agotaban en cuestión de horas. Ambos recuerdan la experiencia con una sonrisa, aunque confiesan que fue extenuante. Ahora, sus hallazgos se venden en un estudio situado en el barrio de La Latina, desde donde conceptualizan también espacios y, puede que algún día, piezas de mobiliario.
Todo comenzó en vuestra casa en Sorzano, donde recientemente habéis hecho una intervención artística. ¿Es una reivindicación de la España vaciada?
Pablo: La casa de La Rioja fue nuestro primer proyecto. No había una intención de reivindicar lo rural, pero es cierto que vincular una intervención artística con el pueblo puede ser una declaración de principios, de que no es necesaria la centralización.
Íñigo: Hemos hecho nuestros algunos elementos de la tradición rural, como unas barras de cortina de hierro, originales de la casa, que siempre utilizamos. Los zócalos, muy populares también en los pueblos, los mantenemos, pero dotándolos de color. Otra de las cuestiones que tuvimos en cuenta fueron los muebles de obra encalados que se hacen en estos entornos. En definitiva, es el mismo lenguaje pero llevado a necesidades contemporáneas. A esa casa le quitamos todo el sabor castellano, muy duro para crear una atmósfera más afrancesada, con colores más suaves y acogedores. Ahora no lo haría.
¿Lo rural es tendencia?
Pablo: Desde entonces hasta ahora ha surgido una reivindicación general por la artesanía, la arquitectura vernácula e, incluso, por una decoración tradicional castellana recontextualizada.
Íñigo: Nosotros siempre lo hemos defendido. Por ejemplo, nos fascina la arquitectura ibicenca tradicional y siempre la hemos reivindicado. Nunca hemos tenido ese complejo español del pueblo, de lo rural.
El estilo ibicenco es más amable. Pero ¿cómo se estructura un entorno contemporáneo sofisticado con esencia castellana?
Íñigo: Es una buena baza, porque es un estilo con el que poca gente se arriesga y hay un vacío. Loewe, por ejemplo, juega ahora con esa estética en sus escaparates, con mesas de lira y con lebrillos. Se consigue darle actualidad recurriendo a la esencia, indagando en lo bueno que tiene la estética y eliminando lo kitsch.
Pablo: La única manera de hacerlo es desde el entendimiento del estilo. Si se incorpora solo por tendencia es un riesgo terrible.
Íñigo: En las películas españolas de los 60 y 70 hubo una corriente en la que sí que se llevaba lo español, pero combinado con arquitectura de la época. Es maravilloso. Hemos intentado hacerlo con clientes, pero no suelen atreverse.
En cierta forma, ¿aplicasteis esa esencia española de la que habláis en vuestra última intervención en ARCOmadrid?
Íñigo: Tomamos lo litúrgico, pero no lo castellano. Ahí también surgió algo muy italiano que es la teatralidad. Era un espacio en el que jugábamos con arquitectura textil, color, geometría y luz. Utilizamos todas esas referencias históricas y artísticas a través de un lenguaje completamente nuestro.
Pablo: Lo que proponíamos era una arquitectura textil con luz. Era litúrgico en el sentido en que consideramos tres elementos que se ven en construcciones religiosas de todas las culturas: una zona de reunión, otra de culto y un eje. Fue algo muy conceptual. Nos apasionan estas oportunidades, ya que tenemos carta blanca para presentar ideas sin la limitación de los clientes o el espacio.
Volviendo a la tradición, habéis desarrollado proyectos que reivindican el patrimonio cultural, ¿de dónde surgen?
Pablo: En febrero de 2019 organizamos una exposición de piezas textiles que había recopilado una señora de Sorzano. Las había recuperado en los pueblos de la zona siguiendo un criterio etnográfico durante los años 70 y 80. Era diseño textil geométrico del siglo XVIII y XIX, y nosotros quisimos reivindicar la tradición. Hicimos una exposición y organizamos unas charlas para ponerlas en contexto. Al haberle dado forma de colección cerrada, hay conversaciones para que vaya a un museo en La Rioja. Es una compilación muy valiosa que de otra manera se habría perdido.
¿Pensáis que la artesanía se mantendrá como tendencia en diseño?
Íñigo: Tanto la artesanía como lo vernáculo forman ya parte de la cultura de masas. Me encantaría que surgiese algo similar a lo que ocurrió en los ochenta, donde todo fuera nuevo y el diseño partiese casi de cero.
Pablo: Parece que, desde finales del siglo pasado hasta ahora, en todos los ámbitos creativos el foco ha estado en el siglo XX. Se ha reinterpretado de manera muy literal, recuperando piezas del pasado. Me da la impresión de que lo que ya se ha visto da cierta seguridad. Pero es necesario mirar hacia el futuro sin que sea en una línea exclusivamente tecnológica.
¿El recurrente regreso al pasado es una imposición del mercado?
Pablo: En cierta forma. Pero también creo que tiene que ver con el conocimiento que, como creadores y consumidores, tenemos de lo que fue el siglo XX. Parece que lo que ya está hecho, está validado.
Íñigo: Se relaciona también con un aspecto de la psicología, ligado a la velocidad a la que vivimos. El vértigo ante la realidad hace que te aferres a lo acogedor, los recuerdos, lo que conoces y el pasado, y el vintage te lo proporciona. Pero tendrá que cambiar en algún momento, porque ya no se le pueden dar más vueltas a las décadas.
“El vértigo ante la realidad hace que te aferres a lo acogedor, los recuerdos, lo que conoces y el pasado, y el vintage te lo proporciona”
¿Cómo definiríais vuestro universo?
Íñigo: Estamos asociados a un lenguaje de forma inevitable. Reflexiono sobre ello, pero no sabría explicar cuál es. Nuestra educación como historiadores del arte hace que todas las referencias artísticas nos interesen. También utilizamos textiles, quizá por mi formación como diseñador. Obviamente, como compramos en ferias del sur de Francia, hay alusiones al diseño francés y, otras veces, al italiano. No utilizamos piezas nórdicas ni antigüedades. Quizá todo esto y la utilización instintiva que hacemos de las combinaciones cromáticas configuran una fórmula que se repite, pero no somos conscientes de ella.
Pablo: No buscamos identificarnos con un estilo y reproducirlo como un logo. Por supuesto que hay algo, un gusto o cierta voluntad en el criterio de la selección de piezas o espacios, pero siempre comenzamos cada propuesta desde cero.
¿Qué os traéis entre manos en estos momentos?
Pablo: Estamos conceptualizando la nueva sala de ARCO para la próxima edición.
Íñigo: Si la anterior intervención era textil, en la próxima, la protagonista será la luz. Esa es la intención. También estamos trabajando en una casa en Segovia. Ahora nuestro debate es si seguir dotando al espacio de alusiones a su contexto, que sería lo natural, o romper de alguna manera.
Hacéis fotografía, intervenciones, decoración… ¿Hay algún espacio creativo que se os resista?
Íñigo: Me encantaría trabajar el diseño de producto. Estudié diseño y esa es la parte que más me interesa. Si se nos presenta la oportunidad lo haremos sin duda.