Salvador Calvo
Historias que deben ser narradas
El director vuelve a los cines con ‘Adú’, un relato de los que logran que el espectador se pregunte cómo o por qué suceden gran parte de las cosas que nos rodean. Hablamos con Salvador Calvo de cine y televisión, y de cómo las plataformas digitales están cambiando a toda velocidad una industria en la que hoy todas las historias bien narradas tienen cabida.
En la taquilla de los cines españoles ha sucedido últimamente algo que nadie esperaba: los títulos más vistos no son grandes producciones norteamericanas, sino una pequeña joya surcoreana que ha arrasado en los Óscar, Parásitos, y la española Adú, una historia con vocación de hacer pensar, una aventura agridulce de las que dejan poso en el espectador. La trayectoria de su director, Salvador Calvo (Madrid, 1970) es extensa en el medio televisivo —ha dirigido multitud de series y miniseries muy conocidas para el gran público—, mientras que su largometraje anterior, 1898. Los últimos de Filipinas, daba ya una pista del gusto del madrileño por los relatos complejos, “lejos de la comedia y con cierto mensaje”.
El cine ha sido una constante en la vida de Salvador Calvo desde pequeño: “Mi padre, que era guionista y director de televisión, nos colaba en las películas de Woody Allen y sobornaba al acomodador porque eran para mayores de 16 años [ríe]”. Hoy, para el director, “la frontera entre cine y televisión es cada vez más fina: con la llegada de las plataformas el público se ha ido especializando. Se hacen series que por temática en otra época eran impensables y ya no tiene que haber una familia, un abuelo y un perro para llegar a audiencias generalistas. Hoy día todo lo que tiene calidad es válido y un psycho killer puede ser protagonista de una serie de éxito”, asegura.
“La frontera entre cine y televisión es cada vez más fina. Se hacen series que por temática en otra época eran impensables”
En una época marcada por la proliferación de plataformas digitales, un director como Salva Calvo, habitual del medio televisivo con títulos como Alakrana, Niños robados o Los nuestros, ha visto cómo actores y producciones españoles se han convertido en fenómenos globales. “Conocí a Miguel Herrán, de La casa de papel, cuando hicimos Los últimos de Filipinas. Entonces estaba empezando y ahora mismo es una estrella a nivel mundial. Es un fenómeno muy bestia, con sus cosas muy buenas y sus cosas malas”, cuenta. Siguiendo con esa tendencia globalizadora, ese primer largometraje de Salvador Calvo fue comprado por una plataforma y ha llegado a tener una distribución internacional: “Es emocionante que la historia de los últimos de Baler llegue a tanta gente. Recibí mensajes de todo el mundo; mi familia en Las Vegas la vio desde su casa, en su salón; es algo espectacular [ríe]”.
“A nivel técnico, además, esa frontera apenas existe ya, y esto ha hecho que la fotografía y la producción de las series gocen de una mayor calidad cinematográfica que hace unos pocos años”, dice. Una cuidada fotografía es precisamente una de las claves del trabajo del director. Pintor aficionado desde la infancia, realiza él mismo los story boards de sus rodajes. “Quizá en cierta forma eso se nota en la realización; mi forma de narrar es muy visual. No soy el único; Álex de la Iglesia, por ejemplo, también dibuja. Esto es una teoría propia, pero creo que la labor de un buen director tiene una triple faceta: por un lado, como director de actores, pero también en cuanto a guion —fundamental para contar una historia— y realización”, explica.
Relatos más personales en un mundo global
La apertura a mercados internacionales ha traído paradójicamente la posibilidad de realizar proyectos más personales, relatos que tiempo atrás hubiera sido casi imposible conseguir llevar a buen término. “A la hora de contar historias podemos llegar a pequeñas minorías que sumadas a nivel mundial son una mayoría, y eso es maravilloso tanto en cine como en televisión”, cuenta. “Esto permite que una historia como la nuestra, que a priori es cine social —mezclado con un poco de aventura—, funcione también en taquilla al tener la oportunidad de ser contada”, asegura el director de Adú. Para alguien a quien además le apasiona la literatura de viajes, el rodar en Benín, donde nunca se había llevado a cabo una producción cinematográfica, ha sido una experiencia fascinante: “África es un lugar que te lleva a otro universo, a otra época, es un viaje en el tiempo…”.
“Me gusta mucho ese cine comprometido, viajar, y poder contar historias que me han impresionado o que se inspiran en algo que de alguna forma he vivido. Es un tipo de cine para el que en España no había hueco, hace años, y ahora sí”, comenta. Sus directores de referencia son “aquellos que aúnan viajes, aventura, cine social; películas variopintas como las de Peter Weir, el director de Master and Commander o El club de los poetas muertos”. Cintas con la que, según Calvo, comparte espíritu Adú: “Es una película que más que responder a preguntas hace que te hagas preguntas tú como espectador. Deja poso sin tener un discurso unidireccional ni tratar de convencer a nadie de nada”.
Son tiempos nuevos en cuanto a producción y distribución, pero especialmente en cuanto a qué historias se cuentan y cómo se cuentan. Para el director madrileño, la clave de la gran calidad del cine español que se está haciendo actualmente está en esa amplitud temática: “Estamos viviendo un momento buenísimo, con variedad de películas, apuestas muy valientes y mucho talento. Hay peliculones”.