El Roto
Tras las huellas de Goya
Andrés Rábago anda por el mundo discretamente escondido tras el pseudónimo de El Roto: para muchos, el más lúcido retratista de la sociedad actual. Ahora, el dibujante se cuela por todo lo alto en el Museo Nacional del Prado con ‘No se puede mirar’: una espléndida exposición inspirada en los dibujos de Francisco de Goya.
Cuando Andrés Rábago (Madrid, 1947) era pequeño, solía acudir algunos domingos con su padre y su hermano al Museo del Prado antes de ir a jugar al parque de El Retiro. Entre todas las salas que iban recorriendo, la dedicada a Goya siempre fue una de sus favoritas. Lo que no sabía aquel niño es que, en el 200 aniversario de la pinacoteca, vería expuestos sus dibujos muy cerca de los del genial artista aragonés.
La exposición El Roto. No se puede mirar, comisariada por José Manuel Matilla (jefe de Conservación de Dibujos y Estampas del museo) y que ocupa parte del Claustro del Edificio de los Jerónimos del Museo Nacional del Prado (hasta el 16 febrero), está compuesta por 36 obras que, según el comisario de la muestra “son 36 puñetazos, como los 320 dibujos de Goya que se exponen en la sala superior. Como ellos, los de El Roto nos invitan a reflexionar”. Fue precisamente Matilla quien hace veinte años le propuso a Rábago inspirarse en el artista aragonés; un sueño que ha visto, por fin, cumplido. “No he tenido la suerte de vivir junto a Francisco de Goya, pero sí junto a Andrés Rábago, un artista que comparte parte de las esencias críticas que están en la obra de Goya. De alguna manera, me siento más cerca de este habiendo tenido a Rábago cerca en los últimos meses”, reconoce Matilla. El Roto recibe los halagos con satisfacción; eso sí, también con la absoluta humildad que le caracteriza.
¿Cómo se gestó toda esta aventura?
Había olvidado esa conversación que mantuvimos sobre este asunto José Manuel Matilla y yo hace veinte años. Pero no me resulta extraño que haya tardado tanto tiempo en decidirme a afrontar este trabajo. Cuando alguien me propone un tema, tengo la dificultad para trabajar sobre ello porque, si no surge de mí mismo, siempre me lleva tiempo decidirme. En este caso, quizá ha sido un poco excesivo, pero para mí ha merecido la pena esperar a tener una mayor madurez a la hora de enfrentarme a un trabajo como el de Goya, que no es nada sencillo. He intentado utilizar algunos elementos de su iconografía, que está en el ADN de cualquier persona que tenga un interés cultural por nuestro arte. He empleado, además, algunos de sus temas preferidos, intentando reflejar su forma de mirar también a lo que está ocurriendo ahora. Hay elementos suyos y otros que me pertenecen más por mis preocupaciones personales, pero creo que una parte importante de lo que él trató está en estos dibujos y en los quince que se añaden al catálogo de la exposición, que edita Reservoir Books.
¿Pero por qué elegir a Goya?
Cuando el Prado me propuso hacer algo por su 200 aniversario, recorrí sus salas para ver qué obras podrían tener un componente satírico y humorístico dentro de la pintura clásica. Venía con mi cuaderno todos los miércoles a tomar notas. Pero el material que reuní era demasiado heterogéneo. Al final, pasando por las salas de Goya, me di cuenta de la proximidad que seguía sintiendo por ese inmenso artista. La verdad es que ha sido un proyecto muy enriquecedor: he aprendido mucho más de Goya de lo que sabía antes, incluso desde el punto de vista técnico, con hallazgos que ahora incluiré en mi trabajo en prensa.
¿Cómo concibe entonces esta exposición?
Esto es solo un vestigio de cómo el inmenso talento de Goya todavía sigue siendo actual y nuestro. Mi exposición es solo un homenaje a un artista que, hasta el final de su vida estuvo trabajando, como espero hacer yo, con esa intensidad y humanidad que le caracterizaba. Soy solo el amanuense de aquello que quiere ser dicho. Cuando contemplaba la obra de Goya veía cosas que querían ser contadas: así que lo único que he hecho ha sido trasladarlas al papel.
“A la hora de criticar, los únicos límites que debemos admitir son los de la buena educación”
Ha definido en alguna ocasión a Goya como “admirable y generoso investigador del alma”. ¿Es consciente de que para mucha gente usted también lo es? Hay muchos ciudadanos que, al levantarse y abrir El País, lo primero que buscan es su viñeta.
Si puedo acompañar a alguien en su viaje por el mundo y por esta época, es muy satisfactorio para mí. Pero lo cierto es que no soy consciente de eso. Sí, supongo que eso ocurre, pero no me preocupa realmente cuando trabajo. Simplemente soy testigo, como lo fue Goya, de una época y de una manera de mirar. Ese es mi trabajo, esa es mi obligación. Lo demás se me escapa.
Recorriendo la muestra, vemos que la mirada de El Roto es igual de certera que la de Goya. Han pasado varios siglos, pero las cosas han cambiado muy poco. El alma humana no ha variado…
Sí, los tiempos para modificar la conciencia, son tiempos geológicos, muy lentos. Doscientos años no es nada en cómo percibimos las cosas. Nuestra mirada es muy parecida a la que probablemente tuvo Goya. Muchos de los problemas que él enfocaba siguen estando presentes. Las variaciones han sido superficiales, en los más profundo, seguimos teniendo las preocupaciones que él encaraba en su trabajo.
Usted utilizó el pseudónimo OPS antes de la llegada de la democracia. Luego, se convirtió en El Roto. ¿Cómo se lleva Andrés Rábago con este último?
Son dos niveles de realidad o más bien de percepción de lo real distintos. El Roto se enfoca en lo superficial, en la apariencia más externa de las cosas, mientras que Rábago intenta indagar en el fondo del alma. El primero es del territorio del espíritu, de lo sagrado; el segundo se pasea por el territorio de lo social, de lo político, de lo más inmediatamente aparente.
¿Esa es también la diferencia entre su faceta como pintor y su faceta de dibujante que analiza la sociedad?
Yo creo que sí, esa variación se da en ambos casos. Incluso desde el punto de vista plástico: mientras que El Roto es sintético y no utiliza el color, Rábago sí lo emplea, además de moverse en un terreno más emocional y de mayor complejidad.
Sus críticas son auténticos dardos, ahora bien, ¿dónde están los límites para usted?
A la hora de criticar, los únicos límites que debemos admitir son los de la buena educación: decir las cosas sin agresividad innecesaria, dejando constancia de lo que pensamos, pero de una manera educada.
En el mundo en el que vivimos, tan convulso, ¿podemos ser optimistas y pensar que es posible que los seres humanos nos entendamos?
Yo creo que tenemos la obligación de ser optimistas, pero también de ser conscientes de dónde estamos y de la peligrosidad del tiempo y el lugar donde nos movemos. Estamos en un momento de enorme peligro y necesitamos la conciencia de todos, cada vez más acentuada, para resolver los terribles problemas que un sistema codicioso y desalmado ha creado.