Dibujos de Goya
Siempre aprendes
El Museo del Prado reúne la mejor colección de obras del pintor zaragozano; además, y desde finales de noviembre, la pinacoteca acoge ‘Solo la voluntad me sobra’, una muestra de más de trescientos dibujos de Francisco de Goya. La exposición estructura de forma cronológica las inquietudes de un artista que más que observador complaciente fue el mayor cronista satírico y crítico de una sociedad turbulenta.
En los Desastres de la guerra, un Francisco de Goya y Lucientes (Fuendetodos, 1746-Burdeos, 1828) ya maduro ofrecía una visión tan lúcida de la Guerra de la Independencia que los Desastres constituyen, aún hoy, una de las representaciones más universales de la barbarie. Dividida en tres etapas —guerra, las consecuencias de esta para el pueblo, y crítica en la posguerra—, la serie está compuesta por imágenes de tremenda fuerza, negro sobre papel tosco, el único que era posible encontrar en época de conflicto. El caos que marca la temática se traslada también a la composición, todo un precedente e inspiración para obras posteriores, como el Guernica de Picasso, de estilo bien distinto pero idéntico espíritu.
Los Desastres o los Caprichos son quizá las obras más conocidas de Goya como grabador, pero desde el 20 de noviembre de 2019 y hasta el 16 de febrero, el Museo del Prado presenta la exposición Solo la voluntad me sobra. Dibujos de Goya, que realiza un recorrido desde el Cuaderno italiano (1771) hasta los álbumes de Burdeos. Si algo caracteriza a esta muestra es el acercamiento a la obra más personal de un artista que fue, a lo largo de su longeva existencia, pintor de cámara y exitoso grabador y retratista, entre otros.
Son los cuadernos y álbumes de dibujos los elementos de los que Goya no se desprendió ni puso a la venta; ni los cartones para tapices del comienzo de su trayectoria, ni los rara vez expuestos dibujos preparatorios para los frescos de la Basílica de El Pilar o para los primeros grabados al aguafuerte en la década de 1770. El dibujo fue una constante en la vida del pintor, partiendo de unos comienzos ya alejados de las convenciones académicas hasta sus últimos días en Burdeos. Solo la voluntad me sobra —cuyos comisarios son el jefe de Conservación de Dibujos y Estampas del Prado, José Manuel Matilla, y Manuela Mena— crea, para quien la visita, un atractivo sendero por esa evolución de Goya como dibujante, de Italia a sus últimos trabajos en Francia, pasando por los convulsos años de la guerra.
De la sátira ilustrada a la violencia más cruenta
Para el observador, son los dibujos del llamado Cuaderno de Sanlúcar [A] (1794-1795) las primeras muestras de un Francisco de Goya capaz de crear en unos pocos trazos una afilada crónica del día a día de una sociedad que el artista adivina en decadencia. Su continuación, el denominado Cuaderno de Madrid [B] (1795-1797) anticipa ya los temas que marcan la obra posterior de Goya: comienzan a aparecer brujas y deformidades como metáfora y descripción del mal y de la ignorancia, y se vislumbra en él, en forma de sátira, una crítica contra el clero.
Los Sueños (1797) son el preludio estilístico de los Caprichos, publicados en 1799, y en ambos esa sátira ya domina unas composiciones más elaboradas en su aparente simplicidad formal. Realizados a pluma con trazos precisos, su técnica permitió una exacta reproducción posterior en grabados realizados en aguafuerte, aguatinta y retoques de punta seca. Ambas series —origen la primera de la segunda— disimulan, bajo la apariencia de figuras y seres extraños y deformes, los asuntos sociales que eran la principal preocupación de los ilustrados. La ignorancia y la mala educación; los vicios arraigados en la sociedad; el engaño y los abusos de poder: temas aún hoy presentes en el trabajo de ilustradores y artistas, que Goya plasmó primero en tinta y posteriormente en lápiz rojo en los dibujos preparatorios que se exponen en el Museo del Prado.
El Cuaderno F (1812-1820), de gran variedad temática, sí comparte con los Desastres de la Guerra (1810-1815) una representación descarnada de situaciones violentas, en las que la miseria y la tragedia se presentan sin ningún tipo de cortapisa. Esa violencia está presente también en la serie sobre la Tauromaquia (1814-1816); más allá de esa primera capa interpretativa, de crónica superficial —la de los tópicos goyescos de majas y toreros— los matadores de Francisco de Goya se enfrentan a lances imposibles y sangrientos.
Del fin de la guerra a Burdeos
El final de la Guerra de la Independencia encontró a un Goya hastiado, crítico con las muchedumbres y las multitudes, para el dibujante una masa informe. Los dibujos de esta etapa profundizan también en la representación a través de seres mitológicos ya iniciada en los Sueños y en los Caprichos como fórmula: tanto el Cuaderno de bordes negros, como el Cuaderno de Viejas y Brujas y los Disparates ahondan además en la vejez como gran tema, especialmente en el caso de la mujer.
La restauración de Fernando VII en el trono llevó a Francisco de Goya a Burdeos, donde residió desde 1824. Un año más tarde, en diciembre de 1825, el pintor escribía, en una carta al exiliado Joaquín María Ferrer, las líneas que dan título a la exposición: “Agradézcame usted mucho estas malas letras, porque ni vista, ni pulso, ni pluma, ni tintero, todo me falta, y solo la voluntad me sobra”.
Goya siguió trabajando en sus dibujos hasta el final: los Cuadernos de Burdeos [G y H] constituyen, pese a la edad del artista —contaba con 78 años a su llegada a Francia—, una evolución de tono de lo satírico a lo grotesco. Los grandes asuntos como la falsedad humana, la violencia de la sociedad y del individuo y la locura se mantienen, y el autor llegó incluso a experimentar en esa etapa también con nuevas técnicas como la litografía. El título de la pieza que cierra la exposición, perteneciente a esta última serie, resume en cierto modo el carácter del anciano dibujante ilustrado: Aún aprendo.