Ana Laura Aláez
Lo que no se ve en la pista de baile
Veinte años atrás Ana Laura Aláez puso patas arriba el circuito del arte con una instalación que consistía en crear un club de música electrónica en un museo nacional. Consagrada hoy como una de las voces clave de su generación, la artista que incomodaba en los 90 a la crítica más ortodoxa vuelve a emocionarnos con una exposición que hilvana su trayectoria y que dialoga con el espectador sobre la posibilidad de lo que pudo ser.
Su primer salto a la palestra tuvo lugar en el año 1991, cuando la galerista y fundadora de ARCO Juana de Aizpuru presentó en su galería de forma conjunta la obra de cuatro jóvenes promesas españolas. No obstante, el nombre de Ana Laura Aláez (Bilbao, 1964) empezó a resonar con fuerza en los confines del arte a raíz sobre todo del entusiasmo generado alrededor de su escultura Mujeres sobre zapatos de plataforma, expuesta por primera vez en el Espacio 13 de la Fundación Joan Miro (Barcelona).
Poco después llegó su primera instalación, She Astronauts, clasificada dentro de la corriente de arte relacional y que le abrió las puertas al Palais de Tokio de París. A la capital gala llevó otra de sus instalaciones estrella, Beauty Cabinet Prototype, un enorme tocador con forma de estrella asimétrica que contenía en su interior maquillaje real y esculturas, y donde la artista introducía además pequeñas piezas audiovisuales a modo de videoclips. Más tarde, verían la luz otros proyectos como el conjunto de instalaciones creadas para la 49ª Bienal de Venecia, la escultura Bridge of Light —una pieza en forma de túnel con neones para Towada Art Center (Japón)— o la instalación site specific Dance & Disco, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, probablemente su obra más sonada hasta la fecha. “Mi relación con la música tuvo lugar sobre todo a raíz de este proyecto, para el que inserté un club de música electrónica real en el Espacio 1 del Reina Sofía”, dice.
“Mi relación con la música tuvo lugar a raíz de mi proyecto Dance & Disco, para el que inserté un club de música electrónica real en el Espacio 1 del Museo Reina Sofía”
Por el club de Ana Laura Aláez pasaron djs, artistas, ravers, críticos de arte y todo tipo de animales nocturnos del underground capitalino. Hoy, es una de las acciones artísticas que más recuerda la generación de entre siglos. “Ahora se habla de las políticas de la noche, pero hace veinte años nadie hablaba de ello. Fue un proyecto absolutamente experimental. La crítica fue muy negativa en su día y, sin embargo, ahora me llegan voces de artistas de generaciones más jóvenes que me expresan lo importante que fue para ellas o para ellos este proyecto. Por ello, el arte no es algo que se pueda medir instantáneamente, sino que se mide con el tiempo”, explica. Hoy, Aláez puede presumir de ser una de las artistas que más veces ha visto su obra expuesta en ARCO, presente en todas las ediciones desde 1993.
Ana Laura en todos los conciertos
La música es también uno de los ejes sobre los que se cimientan su última gran exposición, “Todos los conciertos, todas las noches, todo vacío”, que ha podido verse en los últimos meses en el CA2M, de Móstoles, y que en junio viajará al Azkuna Zentroa, en Bilbao. “La muestra reúne obras de diferentes etapas de mi trayectoria. Mi intención ha sido utilizarlas como si fueran herramientas, como si atornillaran unas dentro de otras, no de forma aislada”, dice. Una melodía taciturna de sintetizador interpretada por una voz masculina hace las veces de banda sonora de la propuesta. La canción lleva como título “Butteflies” y la firma Ascii.Disko, nombre del proyecto personal del productor y dj Daniel Holc. “Es una exposición absolutamente atemporal. Si no lees las cartelas en las que hablo de las piezas y donde incluyo su título y su fecha, podrías pensar que están producidas en 2019. Ese quebrar la trayectoria es parte de la exposición”, apostilla.
Si bien la muestra reúne trabajos que abarcan disciplinas como el videoarte, la música o la fotografía, de nuevo aquí —al igual que ocurre a lo largo de toda su trayectoria—, la escultura ocupa un lugar preferente. “La escultura tiene personalidad propia. Es un ente en movimiento que toma decisiones por sí mismo. Cuando estás trabajando en una pieza, de pronto, es como si te dijera: ‘Ya basta, déjame, ya no puedes hacer nada más por mí’. Son momentos supermágicos que merece la pena vivir”, zanja.
“La escultura tiene personalidad propia. Es un ente en movimiento que toma decisiones por sí mismo”
Con “Todos los conciertos, todas las noches, todo vacío”, la artista bilbaína vuelve a adentrarse en los mundos de la experiencia y las apariencias, de lo que fue y lo que pudo ser en vistas de crear un universo donde los cánones y las identidades se invierten, se retuercen y mutan. Un espacio donde la realidad y la ficción interactúan con el cuerpo y sus representaciones, y donde los objetos hablan directamente a los ojos de los visitantes.