Mónica Ojeda
El ritual literario
Para las protagonistas de ‘Chamanes eléctricos en la fiesta del sol’, la última novela de la ecuatoriana Mónica Ojeda, bailar al son de la música en un festival celebrado a los pies de un volcán se convierte en un ritual liberador, en una celebración de la vida en un contexto de violencia y muerte. Con motivo de la Feria del Libro de Madrid, otro tipo de experiencia colectiva, charlamos con una de las escritoras que está logrando que el foco literario vuelva a posarse sobre el continente latinoamericano.
La literatura latinoamericana vive un momento dulce, en gran medida gracias a una generación de escritoras que ha logrado trascender fronteras y conquistar nuevos lectores, recibiendo, a su vez, numerosos reconocimientos internacionales. Unos lectores que hojean con curiosidad unas novelas que, en palabras de Mónica Ojeda (Guayaquil, Ecuador, 1988), “nos conectan pese a las distancias”. Y un lugar donde esas distancias se estrechan aún más es la Feria del Libro de Madrid, un evento patrocinado por Iberia donde la escritora ecuatoriana está pudiendo charlar con sus lectores sobre Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, al igual que hizo recientemente en Espacio Iberia. “Es un momento emocionante, un encuentro cercano y cariñoso que no siempre puedes tener”, afirma. Seleccionada por Granta en 2021 como una de las 25 mejores narradoras en español menores de 35 años, su última novela no hace sino reafirmar su talento, el cual, para la propia Mónica, “es una inclinación del cuerpo que se profundiza con tiempo de dedicación”. Una dedicación que, confiesa, tiene algo de ritual.
Las protagonistas de Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, Noa y Nicole, huyen de Guayaquil para acudir a un festival de música. ¿De qué quieren liberarse y cómo puede ayudarles la música?
Quieren huir del miedo que la violencia ha dejado en sus cuerpos. Salen de una ciudad asediada por las narcobandas. Sus hogares, además, están desestructurados. Lo único que tienen es su amistad y su juventud, pero esto también está amenazado por la violencia. Por eso suben a las faldas del volcán, para asistir a un festival retrofuturista y recordar que son chicas jóvenes y que tienen derecho a reclamar una imaginación futura. La música, el baile y la poesía son movimientos de la imaginación, espacios donde el cuerpo es capaz de ser valiente y pensarse creativamente. La fiesta siempre se arma sobre el duelo y sobre la muerte: es la exaltación de la vida pese a la pérdida. Ellas van a la fiesta a soltar ese miedo bajo el sol.
Tras la pandemia, la gente acude masivamente a conciertos y los pogos han vuelto con más fuerza que nunca. ¿A qué lo achacas? ¿Crees que necesitamos volver a sentir esa cercanía, esa comunión, esa colectividad?
En el baile hay algo ritual que me interesa. Cada tipo de baile tiene sus posibilidades, su forma de narrar o poetizar el mundo como espacio donde el cuerpo se desenvuelve. El ballet es aéreo, estirado, apolíneo; el flamenco es telúrico, de golpes que convierten al cuerpo mismo en un instrumento musical. El pogo recuerda a esa energía del universo donde hay choques y encuentros bruscos entre la materia. La relación del baile con la astronomía es larga: pensemos, por ejemplo, en el baile de los derviches que giran como todo gira en el universo. Sin duda bailamos porque es una manera de fundirnos con el movimiento del todo, y porque nos une y nos recuerda que la imaginación es siempre colectiva.
“La música, el baile y la poesía son movimientos de la imaginación, espacios donde el cuerpo es capaz de ser valiente y pensarse creativamente”
Al inicio de la novela, usas esta cita de Nietzsche: “El oído es el órgano del miedo”. ¿Cómo consigues tú, a través de un arte incapaz de emitir sonidos, despertar emociones como el miedo en el lector?
La literatura escrita produce sonidos en la imaginación. Cuando leemos, muchas cosas suenan en nuestra cabeza sin que seamos plenamente conscientes de ello. Me interesa cómo el oído es el órgano de lo invisible, de la conmoción interior, de la oscuridad. Es un sentido que incluso nos obliga a cerrar los ojos cuando queremos escuchar bien una canción, por ejemplo. Nos conecta con un territorio introspectivo que a veces nos da miedo abordar. Nunca somos tan frágiles como cuando abrimos de verdad nuestro cuerpo a la escucha: todo puede entrar ahí, desde el trueno hasta la voz.
¿Dirías que trasladar las sensaciones que despierta la música en directo a las páginas de un libro ha sido el mayor reto en esta novela?
No sé si me propuse traducir la emoción de la música a la escritura en el libro. Sí me propuse pensar lo que ocurre cuando un cuerpo hipersensibilizado por el miedo y por la pérdida escucha música. A veces la música nos hace llorar porque ya llevamos el llanto adentro, nos atemoriza porque ya llevamos el miedo adentro, nos contenta porque ya estamos contentos y su ritmo lo enfatiza. La música, como la literatura, puede abrirte y sacar de ti lo que estaba escondido. Por eso hay una larga tradición que relaciona la música con lo oculto, lo sobrenatural, lo chamánico. Tal vez lo más difícil de escribir fue eso, que los personajes pasaran por un viaje pesadillesco a través de la música.
Para ti, ¿escribir tiene algo de ritual chamánico? De alguna forma invocas una historia y a unos personajes.
Sí, me tomo la escritura como un ejercicio que tiene algo de ritual. No es un ritual sagrado, pero casi. Y para mí tiene que ver con la búsqueda de una forma que me lleve a un lugar de cambio, de transmutación, en donde se produzca algún tipo de revelación. Esto es algo que siempre ocurre en el lenguaje. Es hurgar en el asombro, como dice Enrique Verástegui. Lentamente. Como una gota perforando una piedra.
“Por fin estamos leyendo a autoras con el mismo interés que en el pasado leíamos a autores, y eso es buenísimo”
Se habla de un nuevo boom de la literatura latinoamericana y, a diferencia del anterior, está protagonizado por mujeres. ¿Crees que ahora se atiende más a las voces femeninas?
Creo que por fin estamos leyendo a autoras con el mismo interés que en el pasado leíamos a autores y eso es buenísimo. Estamos descubriendo nuevas posibilidades en la literatura. Tenemos sed e, insisto, ganas de hurgar en el asombro.
¿Te sientes cercana a otras escritoras latinoamericanas en lo relativo a la forma o al fondo?
Me siento cercana en tanto que creo que tenemos puntos que nos unen: la mirada política sobre nuestros territorios, el imaginario oscuro, mitológico, simbólico y arquetipal, el abordaje de la violencia y sus matices, etc. Pero creo que nuestras escrituras, a nivel formal, son muy distintas. Y eso está genial. Es lo que hace que sigan saliendo libros tan diversos.
“Un español reinventado ensancha las posibilidades de la lengua, dándonos una literatura diversa que nos emociona a un lado y al otro del océano”
La Feria del Libro de Madrid sirve para que el talento literario iberoamericano conecte. Bajo tu punto de vista, ¿qué importancia tienen esos vasos comunicantes entre España y Latinoamérica?
Si algo nos conecta de forma tan íntima, tan intensa y tan creativa, es la literatura y el arte en general. Creo que el español, por ejemplo, sale renovado, enriquecido, incluso a partir de ser puesto en crisis; porque la escritura latinoamericana pone en crisis la idea que se quiere establecer sobre el castellano desde los lugares más conservadores. Es un español intervenido por lenguas indígenas y afro. Un español reinventado ensancha las posibilidades de la lengua, dándonos una literatura diversa y maravillosa que nos emociona a un lado y al otro del océano y nos conecta pese a las distancias. Genera una conversación alternativa y mucho más horizontal.
Desde que empezaste, tu talento ha recibido numerosos reconocimientos. ¿La etiqueta de promesa de la literatura ha supuesto alguna vez una presión añadida?
No, yo me tomo la literatura como un juego. Un juego libre de la imaginación y del pensamiento. Un juego que refunda la mirada y la escucha sobre el mundo, es decir, un juego importante, pero un juego. Intento nunca perder ese espíritu lúdico y recordar que yo nunca le he prometido nada a nadie.