Joan Margarit

El poeta de la claridad

12 Diciembre 2019 Por Enrique Bueres
el escritor y arquitecto Joan Margarit
El poeta Joan Margarit, ganador del Premio Cervantes 2019. © Cortesía del autor

Hay poetas cuya existencia nos protege de las vanidades de la literatura y nos reconcilia con los sinsabores de la vida. Uno de ellos es el ganador del último Premio Cervantes, el escritor y arquitecto catalán Joan Margarit (Segarra, 1938), autor de libros tan importantes como Joana‘Cálculo de estructuras, ‘Casa de Misericordia o ‘Se pierde la señal.

A sus 81 años, la escritura de Margarit transmite una pasión y un entusiasmo por la poesía solo equiparables a los que refleja su portentosa voz, la misma que el público tiene la fortuna de disfrutar en los recitales poéticos que a ritmo de jazz ofrece por todo el país con envidiable vitalidad. Este maestro, ajeno a grupos generacionales y capillas, está convencido del poder sanador de la poesía como “instrumento de consuelo ante las penas de la existencia del ser humano”. El 23 de abril recogerá en Alcalá de Henares de manos de los Reyes el galardón que reconoce su trayectoria como poeta “de honda transcendencia y lúcido lenguaje que ha enriquecido tanto la lengua española como la lengua catalana”. Lo cuenta a Talento a bordo.

¿Ya ha pensado cómo será su discurso en la ceremonia del Premio Cervantes?

Todavía no, pero puedo adelantar que una parte de mis discursos siempre está escrita en prosa, y otra, en forma de poema. No es que haga un discurso en verso, eso no. Solo que incorporo la poesía en el discurso.

¿Por qué escribe poesía?

Porque el poema es uno de los instrumentos más contundentes que tiene el ser humano para el consuelo de sus penas. Al enfrentarnos a cualquier percance de la vida —desde un abandono a una muerte— no disponemos más que del cinturón de seguridad que nos proporciona la gente próxima que nos ama y consuela. Pero no impide que acabes tu pena en la soledad.

¿Y quién consuela la pena en soledad?

Tienes distracciones; por ejemplo, puedes ir a ver un partido de fútbol. Pero no lo recomendaría; al cabo de hora y media estarás peor. La poesía y la música son herramientas de consuelo. Por eso escribo: para fabricar herramientas de consuelo para los otros.

La poesía y la música son herramientas de consuelo. Por eso escribo: para fabricar herramientas de consuelo para los otros

¿El poeta necesita el reconocimiento para que su poesía exista?

Un premio sirve para que más personas se enteren de que existe esa poesía como herramienta, de modo que más gente la usará.

Aunque son muy fieles, ¿por qué cree que hay tan pocos lectores de poesía?

En la Edad Media, en el Renacimiento y en el Barroco no había pocos lectores. Es a partir del Romanticismo cuando los malos poetas transmiten que la poesía es difícil, que se necesita tener un espíritu especial, el del romántico aquel que luego se suicidaba. Luego llegaron las vanguardias que la hicieron más difícil al escribir poemas que no se entienden. Entre unos y otros pasa una larga temporada en la que la poesía pierde sus principales atributos. Hasta el realismo posterior a las vanguardias no se recupera el papel sencillo, importante y sin necesidades de preparaciones previas de la lectura de un poema. La poesía no empieza a rehacerse hasta mediados del siglo XX.

¿Contribuye a ese deterioro el hecho de que haya muchos poetas que escriben poesía solo para poetas?

Un poema ha de entenderse. No puede ser que una persona normal no entienda un poema. Si lo lees una vez, puedes perderte muchas cosas, pero si lo lees diez veces te enterarás de muchas más. Ocurre con todo en la vida. Un poema que hayas leído diez veces y no se entienda es un mal poema.

Un poema que hayas leído diez veces y no se entienda es un mal poema

Además del ritmo, ¿qué cree que es lo substancial de un poema?

No lo sé. No sé por qué un poema cumple con su función en un momento dado. Escribes un poema en catorce o diez versos, y alguien que no conoces ni sabes quién es lo lee a 5.000 kilómetros de distancia. Esa persona está con una infinita pena por cualquier motivo y al leerlo se consuela. Es casi un milagro. Nadie sabe por qué es así. Ninguno de los volúmenes que han escrito eruditos, estudiosos y profesores ha aclarado este tema.

Tras la infancia, la madurez y la vejez, “se acerca la última verdad, durísima y sencilla”. ¿No está adelantando acontecimientos?

No, no. La vida tiene dos extremos singulares, la infancia y la vejez. En medio hay un lío enorme y necesario. El mismo que hace que usted me esté haciendo esta entrevista, que el profesor dé clase a los niños, que el mercado abra por la mañana, que los autobuses tengan conductor y que este no se quede dormido en casa. Esta es la potencia de ese lío, pero es un lío.

El cálculo de estructuras, en Arquitectura, busca lograr la mayor resistencia y estabilidad con la menor cantidad de material. También su poesía trata de decir lo máximo con las menores palabras. ¿Su formación como arquitecto ha sido determinante en su estilo?

Absolutamente. Uno es hijo de su propia vida y formación. La poesía tiene muchísimo de sentido común. Para hablar de poesía no se necesita llevar una barba blanca y ser un monje o un sabio. Basta con el sentido común. A un lector de poesía no le pido nada más que sentido común.

Para hablar de poesía no se necesita llevar una barba blanca y ser un monje o un sabio. Basta con el sentido común

En su libro Para tener una casa hay que ganar la guerra (Austral, 2018) reúne algunas de sus experiencias de infancia y primera juventud. ¿Tendrá continuidad?

No va a tener continuidad porque no es un libro de memorias. Es la respuesta a por qué he escrito los poemas que he escrito y no otros. Si este libro fuera solo mi historia hasta los veinte años, sería cuatro veces más gordo. En él están las experiencias que tienen relación con los poemas que he escrito, no con el argumento de cada uno. Es a lo que busca respuesta ese libro.

¿Le hace sentirse huérfano el hecho de no formar parte de ninguna generación, o lo ve como una ventaja?

Me hace sentir libre. Es una ventaja porque a los rollistas y a los embaucadores les facilitas menos la labor.

¿Le ahoga el castellano, aunque nunca lo haya odiado?

En algún momento me ha ahogado, por ejemplo, cuando me prohibían hablar en catalán. Mi primer recuerdo a los cuatro años es un coscorrón de un guardia diciendo “niño, habla en cristiano”, porque iba con otro compañero camino de la escuela hablando en catalán. En la escuela estaba prohibido. Se han hecho cosas muy bestias en esta Península Ibérica. Es una salvajada. Igual que no sacar los muertos de las cunetas. Somos el segundo país, después de Camboya, con más muertos en las cunetas.

Su libro Un asombroso invierno / Un hivern Fascinant (Visor, 2018) se ha convertido también en un espectáculo escénico, musical y teatral.

Desde hace unos treinta años, siempre he hecho recitales mezclados con jazz, acompañado de grupos musicales. En vez de cantar, recito poemas. Es una mezcla que he hecho muchos años con Perico Sambeat [saxofonista de jazz], con el poeta Pere Rovira y ahora con mi hijo Carles, que es un saxofonista y compositor de jazz, y con Albert Bové, que es un gran pianista. La música y la poesía son inseparables y parte de mi vida.