Irene Vallejo
Toda la verdad sobre los libros salvavidas
Sumergida en una promoción interminable, entre conferencias y entrevistas, robamos un rato de su valioso tiempo a la escritora Irene Vallejo, autora del celebrado ’El infinito en un junco’. Nos sentamos con ella para charlar acerca del placer del conocimiento, de la lectura, y sobre el arte de prestar libros, la mejor manera, según ella, de deshacerse de ellos.
Reciente ganadora del Premio Ojo Crítico de Narrativa 2019, Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) ha visto cómo su ensayo El infinito en un junco (Siruela) se ha consolidado en pocos meses como uno de los libros del momento y como uno de los ejercicios más honestos que se han escrito sobre la importancia y la reivindicación de la cultura clásica.
A primera vista, El infinito en un junco nace de la fascinación por los libros y por el mundo clásico. ¿Es así?
El infinito en un junco rescata temas que ya me fascinaron en mis investigaciones universitarias, como la fragilidad de los libros y su tenaz supervivencia. En este ensayo he abordado esta historia con herramientas narrativas. El viaje de las palabras a través de los siglos, en lucha contra el olvido, me parece una gran aventura.
¿De dónde te llega esa obsesión por la cultura clásica?
Viene de la infancia, del feliz momento de los cuentos antes de dormir. Una noche, mi padre, sentado a la orilla de mi cama, anunció una historia larga y apasionante: “¿Has oído hablar de Ulises?” Por la caracola de mis orejas entraron las sirenas, los cíclopes, las islas, las tormentas, el saco de los vientos, Nausica en la playa, Calipso en su jardín, Circe preparando ungüentos mágicos, Penélope tejiendo y destejiendo… Desde entonces, la mitología griega ha sido mi hogar. Mi curiosidad por el mundo antiguo que creó esas leyendas es insaciable.
“El viaje de las palabras a través de los siglos, en lucha contra el olvido, me parece una gran aventura”
Y en tu caso, ¿por qué te hiciste escritora? ¿Cuáles fueron tus lecturas “fundacionales”?
En la infancia fueron las mitologías griega, romana y nórdica. Después, Jack London, Dickens, Chesterton, Conan Doyle, Stendhal y Conrad. Creo que me hice escritora porque era una niña sedienta de historias. A todos los adultos les pedía que me contasen cuentos. Como los mayores no eran capaces de darme las dosis —cada vez mayores— que reclamaba mi adicción, tuve que empezar a inventármelos.
El libro como objeto y como depósito de conocimiento es uno de los grandes artefactos que ha inventado el ser humano. Sin embargo, no parece pasar por su mejor momento. ¿Crees que podrá recuperar su prestigio?
Es cierto que los libros nunca habían competido con tantas alternativas de ocio como hoy. En esta época, quien escoge leer está renunciando a la tentación de otras opciones, desde las redes sociales a las series. Pero, por otro lado, en sus treinta siglos de historia, los libros se han enfrentado a amenazas más aterradoras que las actuales: saqueos, guerras, analfabetismo generalizado, pobreza, hogueras, censura sistemática… Si han sobrevivido a esos peligros, me atrevo a afirmar que también van a superar los desafíos actuales.
“Quien escoge leer está renunciando a la tentación de otras opciones, desde las redes sociales a las series”
Se dice que tu libro es un ensayo, un libro de viajes, una novela de aventuras... ¿Cómo lo defines tú?
El infinito en un junco es un ensayo en su sentido literal: un intento, una búsqueda, un experimento y, de alguna manera, también un juego. Desde el principio me interesaba el reto de reconstruir el trayecto histórico de los libros como si fuera una novela de aventuras. Por eso, el libro comienza con unos inquietantes jinetes embarcados en una misteriosa misión de caza y captura.
Su lectura me ha recordado a otros dos títulos recientes: La biblioteca en llamas, de Susan Orlean, y La ruta del conocimiento, de Violet Moller. Libros sobre libros. ¿Es ya casi un género literario?
Para mí fue La España vacía [de Sergio del Molino] el libro que devolvió la alegría y la esperanza al ensayo en español. El género vive un gran momento porque tenemos deseos de aprender más allá de nuestra especialidad. Si alguien es capaz de transmitir sabiduría de forma transparente y entretenida, expande nuestro universo mental.
También hablas de lo difícil que es hacer desaparecer un libro, tanto destruirlo como tirarlo. ¿Te has deshecho alguna vez de alguno?
Solo tiro libros deteriorados. Dono los que no voy a volver a leer a bibliotecas públicas o a ONG. Las bibliotecas han atravesado años difíciles con presupuestos recortados o inexistentes. De todas formas, la manera más segura de deshacerse de un libro es prestarlo.
En un momento dado del ensayo hay una defensa de la comedia, de la risa, algo que parece estigmatizado por la alta cultura. Tanto es así que Aristófanes, Kundera o Chaplin fueron considerados disidentes, ¿por qué? ¿Cuál es para ti el género mayor?
Soy alérgica a las jerarquías, siempre he sido una lectora felizmente promiscua. En mi infancia convivieron en alegre poligamia los tebeos, Stevenson y las mitologías. Me parece peligroso creerse las etiquetas, que son tan solo simplificaciones útiles que ayudan a clasificar. Si no sirven, si dividen o marginan, mejor desentenderse de ellas. Hacer reír es tan difícil que, en mi opinión, deberíamos reivindicar la comedia. El humor es un ingrediente que agradezco siempre, también en el drama, en la poesía, en el ensayo. Eso sí, un humor que no intente herir, sino tomar una postura desenfadada, ingeniosa y al borde del absurdo frente a los temas trágicos de la vida. Las lágrimas de la risa lavan los ojos, como las del llanto.
“Hacer reír es tan difícil que, en mi opinión, deberíamos reivindicar la comedia. El humor es un ingrediente que agradezco siempre, también en el drama, en la poesía, en el ensayo”
Este libro ha merecido el elogio de muchos compañeros de profesión, e incluso el Premio Ojo crítico 2019. ¿Satisfecha?
El oficio literario es un trabajo a la intemperie. En ese páramo azotado por el viento, el Premio Ojo Crítico me ha traído alegría, esperanza y cobijo. Me ha abierto puertas y oportunidades. Y lo he vivido con una especial ilusión porque escucho el programa de RNE desde la adolescencia. Cuántos autores, libros, descubrimientos y nuevos rumbos he explorado a lo largo de los años gracias a El Ojo Crítico. A los miembros del jurado quiero agradecerles la valentía de conceder un premio de narrativa a un ensayo y reivindicar el valor literario de la no-ficción.
¿Pueden los libros cambiar nuestras vidas?
En un momento especialmente difícil de mi vida, como cuento en El infinito en un junco, las voces de los escritores que me hablaban desde los libros fueron mi salvación. Nico Rost relata en su diario Goethe en Dachau cómo los reclusos del campo de concentración se aferraban al recuerdo de sus lecturas de otros tiempos para sobrevivir. El protagonista y sus compañeros crean un club de lectura clandestino por el que están dispuestos a correr grandes peligros. La literatura no tiene una utilidad evidente, pero a través de ella damos sentido a la experiencia. Encontrar un sentido a la vida nos salva.