Sabina Urraca
La escritora híbrida
Desde escribir un artículo sobre cómo las caras de Bélmez destrozaron su ordenador a entrevistar a La Veneno, dar una charla TED o cantar con su banda Los Celos. A Sabina Urraca pocas cosas le quedan por hacer en la vida. Estos días, además, llega al Festival Eñe con un monólogo sobre el momento en el que “la literatura choca contra las cuerdas del mundo real”. Que no pare la máquina.
Antes de publicar su debut literario en 2017, el nombre de Sabina Urraca (San Sebastián, 1984) ya resonaba con fuerza en el circuito underground, gracias en gran parte a sus crónicas imposibles y a reportajes en los que la voz narradora se presentaba como parte crucial de la historia, logrando romper ese halo fronterizo entre el periodismo y la biografía, la realidad y la ficción. Al poco llegaría su primera novela, Las niñas prodigio, un relato parcialmente autobiográfico sobre la identidad que la autora hilvanó entre las paredes de una casa sin agua corriente en La Alpujarra granadina.
El 15 de noviembre la escritora y periodista afincada en Madrid aterriza en el Festival Eñe con el monólogo “Escríbete algo”, que versará “sobre el momento en el que la literatura se encuentra con la realidad más abrumadora, cuando a un escritor le da una palmadita en el hombro alguien de su familia y le pide que escriba un texto para unas bodas de oro, un cumpleaños o un entierro”. Le robamos unos minutos para fotografiarla en uno de sus sitios favoritos de Madrid, el estudio de las diseñadoras Carmen17, y preguntarle sobre los haters, mujeres con altavoces o la subjetividad como potencia creadora.
Tu primera novela, Las niñas prodigio (Fulgencio Pimentel, 2017), podría ser calificada como uno de esos textos híbridos que tanto proliferan hoy en las librerías, donde la memoria y la ficción se entremezclan dando lugar a una narrativa ambigua, en la que ni todo es verdad ni todo es mentira. ¿Se escribe más libremente desde la reconstrucción de un Yo difuso?
Creo que ahora mismo la gente se ha apegado a ese término como si fuese algo nuevo y transgresor, cuando la autoficción es algo que ya practicaban Unamuno, Azorín, Dante o Colette, y, más recientemente, Sophie Calle, Christine Angot o Almodóvar. La autoficción no supone una liberación en cuanto a eliminación de la vergüenza de hablar de uno mismo, sino que conlleva una libertad creativa en la que se dinamitan los límites. Lo que importa de verdad es construir una buena historia sin importar los materiales con los que se construya ni la procedencia de estos materiales.
Antes de dedicarte a tiempo completo a la escritura estudiaste Cine. ¿Cuándo tuvo lugar el giro de guion?
Siempre me ha gustado mucho el cine, y creo que, en la adolescencia, asimilé que era la única forma práctica de aplicar la escritura. Ser escritora fue un sueño infantil que tuve hasta los catorce años. Pero lo cierto es que nunca me gustó escribir guiones, y creo que se me daba bastante mal. Recuerdo sentirme una nulidad absoluta en la época de la Escuela de Cine. Aun así, durante unos años trabajé de guionista, de creativa en televisión o de copy, sintiendo que la vida adulta era tragar con aquello, que nunca me terminó de convencer. Fue la frustración que me provocaba una vida de oficina que no me gustaba la que me hizo ponerme a escribir de nuevo.
Naciste en Donosti, pero creciste en Tenerife. Más tarde, te instalaste en Madrid, donde resides ahora. ¿Cómo crees que este bagaje ha forjado tu identidad?
En cuanto a la parte práctica del oficio, es una desventaja. No cuento como escritora canaria o vasca; jamás me invitarán a un encuentro o me incluirán en una antología de escritores canarios o vascos. Carecer de una etiqueta territorial limita. Pero, por supuesto, la cuestión del desarraigo, el haber sido una niña vasca en Tenerife y una niña canaria en Donosti, ha hecho que construya una identidad híbrida desde la que supongo que se cuentan cosas distintas a las que contaría alguien que pertenece a un solo lugar. También creo que ha sido importante esta sensación, estando en uno de los dos sitios, de que el otro era mi "verdadero lugar", pero, al trasladarme allí, darme cuenta de que mi "verdadero lugar" no estaba en ningún sitio. Ahora siento algo parecido con la escritura. Es el único lugar en el que estoy verdaderamente en mi sitio, el único lugar desde el que me puedo explicar y entender. Y, lanzándome a lo mundano, debo decir que también soy muy feliz en las fiestas de San Isidro de Madrid. Amo el folclore, amo Madrid. Y también amo Canarias y el País Vasco. Siento que ahora mismo vivo una especie de reconciliación con todos mis lugares.
¿Para qué escribe Sabina Urraca?
Para contar cosas que siento que no pueden contarse de otra manera. Para no explotar o enloquecer. Y también, por supuesto, para intentar entretener lo mejor posible a otras personas. Entretener bien, entendiendo esta expresión como llevar a alguien a abstraerse del mundo por unos instantes, es mi máxima aspiración en la vida.
¿Crees en el poder transformador de la literatura?
Por supuesto. Si no hubiese leído determinadas cosas sería una persona con una percepción de la vida absolutamente distinta. La literatura me ha enseñado a mirar y pensar todo lo que vivo de una determinada manera desde que me levanto hasta que me acuesto.
¿Y adoctrinador?
En principio, no. La literatura plantea todos los caminos en toda su complejidad y los deja abiertos a la interpretación. Cuando siento que una novela está intentando forzarme a pensar algo determinado, la dejo. Me parece un camino torpe y cobarde.
Si pudieras escribir la biografía ficticia de otra persona, ¿de quién sería?
De Cicciolina. Aunque me suelen interesar más los personajes anónimos, la heroicidad o la brillantez ocultas en personas cercanas.
“Cuando siento que una novela está intentando forzarme a pensar algo determinado, la dejo. Me parece un camino torpe y cobarde”
La exigencia, según cuentas, es uno de tus defectos —o virtudes, según se mire—. ¿Tienes algún antídoto contra el bloqueo?
Apretar los dientes y seguir escribiendo, aunque lo que estés escribiendo te parezca una basura. En algún momento de todo ese apretar de dientes y esa oscuridad llega un pequeño destello al que agarrarse. O eso me gusta pensar.
En más de una ocasión te has referido a los haters en las redes sociales. ¿De qué manera te afecta el ‘ciberescrutinio’?
Por lo general, solo tengo buenas palabras para las redes. Son un escaparate de la belleza y la miseria humana. Y tener ese documento permanentemente disponible es un regalo para un escritor. Pero soy consciente de que, en cuanto a exposición de una misma, las redes son peligrosas. He tenido algunos sustos. Pero en general, a pesar de tener mucha actividad en ellas, tengo muy delimitada mi vida privada. Es importante de cara a no enloquecer o perder el alma.
Por muy triste que sea, una mujer con un altavoz sigue siendo el mal de muchos, ¿no crees?
Si una mujer hablando o escribiendo supone un problema para alguien, será, supongo, porque no se la está viendo como la emisora de un mensaje universal, sino que se la está relegando a emisora de un mensaje exclusivamente femenino, porque quizás esté hablando de cosas que ese alguien molesto jamás ha oído, o al menos no en boca de una mujer. Un hombre con un altavoz no supone ningún problema por la simple razón de que será percibido, sencillamente, como una persona con un altavoz.
Por el tono y contundencia de tus artículos, en lo que la propia experiencia es siempre un elemento crucial, muchas veces se te ha relacionado con el nuevo periodismo gonzo. ¿Te ves reflejada en esta etiqueta?
En los 70 ya se escribía periodismo gonzo. No me parece mal la etiqueta. Creo que, en mi caso, el periodismo inmersivo ha sido la manera de poder dedicarme a un periodismo más cercano a la literatura. Creo que la literatura puesta al servicio del periodismo permite una mirada más amplia y atractiva sobre la realidad.
“Las redes sociales son un escaparate de la belleza y la miseria humana. Tener ese documento permanentemente disponible es un regalo para un escritor”
¿Te arrepientes de algo que has escrito?
De muchas cosas. No es que me muera de vergüenza, pero los ritmos actuales del periodismo y de la vida hacen que muchas veces te veas obligada a producir contenidos a un ritmo frenético que no permite reposar las ideas.
¿Qué planes tienes para el próximo año?
Estoy escribiendo un libro nuevo, que espero tener terminado para mediados de 2020. Lo que más ilusionada me tiene de cara a este año que viene es mi labor como editora residente en la Editorial Barrett. He pasado los últimos meses editando Panza de Burro, la primera novela de la escritora canaria Andrea Abreu, que fue alumna mía en la escuela Fuentetaja. Es una novela fabulosa. Es el libro que me habría gustado escribir a mí si mi identidad fuese únicamente canaria.