Elvira Navarro
De lo fantástico, lo cotidiano y el miedo
La autora de ‘La isla de los conejos’ comenzó a escribir para generar los mundos que encontraba cuando leía. Hoy, el particular universo de los relatos de Elvira Navarro es un complejo escenario en el que nada es lo que parece, donde lo anómalo conviviendo con lo cotidiano es una constante. Pasen y lean.
En los mundos que plasma en sus escritos Elvira Navarro (Huelva, 1978) los personajes, especialmente en los cuentos, se mueven en ambientes complejos, en ocasiones incómodos para el lector, de ambientación marcadamente fantástica, plagada de anomalías que oscurecen el día a día.
Esa conjunción de lo cotidiano y de lo inquietante es una constante en su última obra, La isla de los conejos (Literatura Random House) —mejor libro español de relatos 2019—, una colección de once cuentos en los que se funden lo anómalo y lo normal. En el cuento que da nombre al volumen, un inventor altera un ecosistema para acabar con unos pájaros cuyo nombre nadie conoce; en “La habitación de arriba” la protagonista sueña los sueños de otros, mientras que en “Myotragus” el capricho de un archiduque causa, presumiblemente, la extinción de un animal mitad cabra mitad rata.
“No le pongo ningún afán a buscar lo anormal [ríe]. Creo que las cosas cotidianas están llenas de extrañezas a poco que pienses en ellas dos veces. La propia vida es un poco rara, ¿no?”, explica. “¿Qué hacemos aquí en un planeta en mitad del universo, con todo este sistema tan sofisticado y complejo, unos seres que no sabemos ni adónde vamos ni de dónde venimos? La propia conexión vital de los seres humanos ya es extraña. Parto de una rareza vital, no tengo que esforzarme. Y esa extrañeza me hace, en los cuentos, dibujar tramas con derivas medio fantásticas”, prosigue.
“Parto de una extrañeza vital, no tengo que esforzarme. Y esa extrañeza me hace, en los cuentos, dibujar tramas con derivas medio fantásticas”
Y es que la autora de novelas como La trabajadora o Los últimos días de Adelaida García Morales es experta en recrear en su trabajo los miedos cotidianos y cómo estos se proyectan psicológicamente. Pero es, sobre todo, en sus relatos en los que la intensidad, lo perturbador y lo fantástico se hacen notables. Como en “Paris Phériphérie”, donde el simple hecho de no encontrar un edificio, aun con la dirección, —algo cotidiano, usual— traslada la imposibilidad de la mujer protagonista de avanzar en cualquier dirección vital. “En los cuentos uno no puede desarrollar los conflictos de forma tan exhaustiva como los piensa. Es implícito, y eso los hace más crípticos. Para mí esto hace que, pese a ser narrativa, un cuento esté en muchas ocasiones más cerca de la poesía”, apostilla.
Esa diferencia se hace patente, también, en la forma en que Navarro afronta la página en blanco: “La escritura de un cuento es para mí mucho más intuitiva. En muchas ocasiones incluso me pilla de sorpresa. Se me ocurre la idea, me siento a escribir, y no sé hacia dónde me lleva hasta que no pongo el punto final. En cambio, en una novela, aunque también tiene partes cuya escritura es intuitiva, todo es mucho más meditado. Relees, vuelves, pruebas la estructura… Los cuentos tienen para mí algo mucho más misterioso”.
Dentro del laberinto
En el universo de Elvira Navarro conviven conflicto, misterio y miedo. Un espacio donde los personajes se enfrentan con frecuencia a una pérdida de control sobre sus propias vidas —escenificada de forma inverosímil y fantástica—, y a todo el laberinto emocional que ello conlleva. Pero, ¿hay control sobre lo que Elvira Navarro escribe, como dejan entrever sus a veces incómodas ambientaciones? “Marguerite Duras decía en su libro Escribir que si supiera lo que iba a escribir antes de escribirlo no escribiría nada, porque ya estaría escrito. Creo que eso sucede en un proceso de escritura, o al menos me sucede a mí: escribo por un afán de descubrir un universo que todavía no sé muy bien en qué consiste”.
“Escribo por un afán de descubrir un universo que todavía no sé muy bien en qué consiste y darle materialidad”
Cuenta la escritora onubense que tenía once años cuando, estando en casa de su abuela, en verano y después de una tarde leyendo, fue consciente de que quería ser escritora y generar los mismos mundos que encontraba cuando leía. Hoy, convertida en una de las voces clave de la narrativa en castellano, sus personajes se enfrentan a miedos que la propia autora define en gran parte como construcciones sociales. “La mayor parte de los miedos que tenemos son construcciones de los medios o culturales, como que la calle es un lugar inseguro”, explica.
Esto coincide, afirma Elvira Navarro, con que “cada vez salimos menos de casa y estamos abandonando la vida de calle. Incluso los nuevos barrios se construyen como manzanas cerradas. Todo es sintomático de una sociedad que se construye con un miedo hacia una amenaza que no es real”. Y eso, en la era de las redes sociales, marca esa suerte de laberintos psicológicos comunes a los relatos de la escritora. En “Memorial”, otro de sus relatos, la protagonista recibe una solicitud de amistad en Facebook de su madre muerta: la confusión entre el plano real y el psicológico es completa.
“El miedo es la herramienta de control más efectiva que existe hoy; son los propios individuos los que se autocontrolan a través de él. Pienso, por ejemplo, en la autocensura o en el miedo a los linchamientos digitales: todo se banaliza y se descontextualiza. A las personas se las etiqueta a partir de un extracto sobre el que se crea un prejuicio sobre esa persona. Y ya no solo los medios, sino que los propios ciudadanos hemos entrado en ese juego”, cuenta. Es precisamente ahí donde encontramos la base del terror psicológico y la extrañeza de lo cotidiano que inundan la obra de esta contadora de historias. “El mundo está metido en una pescadilla que se muerde la cola: no se puede pensar con prejuicios”.