Almudena Grandes
Viaje al manicomio de mujeres
La escritora rescata el crimen de la infanticida Aurora Rodríguez Carballaira en ‘La madre de Frankenstein’, la nueva entrega de su serie dedicada a la posguerra en la sumerge al lector en la asfixiante y falócrata España de los años 50.
Almudena Grandes (Madrid, 1960) regresa a las librerías con La madre de Frankenstein (Tusquets), quinta y penúltima entrega de ese sólido y ambicioso proyecto literario llamado Episodios de una guerra interminable, iniciado en 2010 con la publicación de Inés y la Alegría.
En este caso, asistimos a la historia de un psiquiatra que, siendo niño, escucha la confesión de una mujer que asegura haber asesinado a su hija. Esa mujer es Aurora Rodríguez Carballeira y su hija Hildegart Rodríguez, una niña concebida por ella con el fin de mejorar la especie humana. Realidad y ficción, una vez más, en favor de una gran historia de amor y amistad, hilvanados de tal modo que todo lo que se lee es una gran verdad, verdad literaria.
Dices que has escrito esta novela para todas aquellas mujeres de los años 50 que carecieron de oportunidades.
Sí, la escribí pensando en ellas. Sucede que los años 50 fueron muy oscuros y muy difíciles para todos los españoles porque la unión entre la iglesia católica y el estado franquista —esto que llamamos el nacionalcatolicismo—, fue todavía peor para las mujeres. Los años 50 son la época de las mujeres que se echan a perder, que se desgracian, una época en la que todo era pecado y todos los pecados eran delitos; en la que el propio cuerpo era el principal enemigo de una mujer, porque no podías llevar manga corta, no podías ir sin medias, no podías tener amigos.... Bueno, podías tenerlos, pero tenías que tratarlos como si fueran el cobrador del gas, porque si ibas por la calle y te acercabas a un hombre y le dabas una palmada en la espalda o te reías con él ya todo era sospechoso.
La historia transcurre además entre los muros de un manicomio.
Es un manicomio de mujeres, que es un poco el margen del margen, allí donde viven aquellos que ya no importan a nadie porque son mujeres y, encima, enfermas mentales. La sociedad española era por entonces una sociedad absolutamente dividida, muy clasista, muy puritana, y no podías hacer nada fuera del carril social al que pertenecías desde tu nacimiento, y cualquier infracción de esa regla podía acarrear tu desgracia permanente. En el microcosmos del manicomio yo creo que se condensa y se apelmaza esa atmósfera irrespirable de fuera. Es decir, España, en los años 50, era también un poco un manicomio, un manicomio dentro de un manicomio.
La protagonista de tu novela es real, supongo que ese fue el punto de partida.
Cuando publiqué Las edades de Lulú (1989) iba a todas las librerías a ver como estaba colocado mi libro, que es el deporte favorito de todos los escritores primerizos. En las mesas de novedades solía ver un libro que se llamaba El Manuscrito encontrado en Ciempozuelos, que era la historia y el análisis clínico de Aurora Rodríguez Carballeira. Yo había visto Mi hija Hildegart [película de Fernando Fernán Gomez] y conocía la historia. Pero hay que decir que la altiva, soberbia y odiosa asesina del crimen aquí era una mujer desarmada en la habitación de un manicomio que seguía delirando con su destino de salvadora del mundo y que, como ya no tenía posibilidad de quedarse embarazada, hacía muñecos de trapo a los que les ponía penes enormes y los miraba durante horas para transmitirles su pensamiento y llevarlos a la vida con su mente.
¿Qué es lo que te fascinó de ella?
Aurora tenía todas las condiciones necesarias para convertirse en el modelo de la nueva mujer que hacía falta en este país. Era una mujer inteligente, culta, autodidacta, educada más allá de las normas que constreñían la educación femenina. Era rica, con lo cual era independiente y tenía capacidad de movimiento, no rehuía la vida pública, escribía libros y artículos, daba conferencias… Todo ese capital que ella transfirió a una hija para que fuera el nuevo prometeo, su instrumento y su mesías, se arruinó por la enfermedad mental. Le pegó tres tiros en la cabeza y uno en el pecho. La mató y luego se entregó con naturalidad, diciendo que había matado a su hija porque no le había salido bien. Se cargó su propia obra. Era una asesina y una paranoica, y todo ese proceso de la Aurora de después del crimen me interesó mucho. Llevo treinta años dándole vueltas.
“Aurora tenía todas las condiciones necesarias para convertirse en el modelo de la nueva mujer que hacía falta en este país. Era inteligente, culta, autodidacta, independiente…”
Entonces, cuando prevés tu proyecto de los Episodios, ella ya estaba ahí desde el principio...
Ya estaba, sí. Porque al acabar El corazón helado no sabía qué escribir, y empecé un guion de cine que acabó mal, y también una obra de teatro que se llamaba La madre de Frankenstein. De todos mis fracasos teatrales es el que mejor me ha salido, porque cuando estaba corrigiendo esta obra vi claro que lo que tenía que hacer con este personaje era una novela.
No lo llamaría fracaso…
Aquella obra ha tenido consecuencias, porque yo creo que todo lo que haces con amor, aunque te equivoques, es bueno para ti. Cuando se fue acercando el momento de escribir la novela me leí la obra y ahí me di cuenta de que yo la tenía dentro, y también a Germá, el psiquiatra. De hecho, ya lo había metido en Las tres bodas de Manolita. Por eso esta novela la he escrito tan deprisa, Aurora y Germán ya estaban. La última conclusión a la que llegué es que necesitaba un personaje más, una enfermera: María Castejón.
María Castejón es uno de los grandes personajes de esta novela, de hecho, se acaba adueñando de la trama con su historia de amor imposible con Germán, ese psiquiatra que regrese del exilio en Suiza y continuamente repite “esto no es Suiza”; si Germán volviera ahora de Suiza. ¿diría lo mismo?
Bueno, seguimos estando lejos, pero de una manera distinta, él vuelve de un estado de derecho, de un país desarrollado, democrático, con garantías. Aparece en España y no entiende lo que pasa aquí, siente que su país le rechaza. Ahora España tampoco se parece a Suiza porque como dice Pepe el Portugués [personaje antológico de la novela, el revolucionario profesional], Suiza es un país neutral, y nosotros, para bien o para mal, nunca hemos sido un país neutral. En cualquier caso, en el modo de vida, España se parece más a Suiza hoy que en los años 50.