Lupe de la Vallina

Con luz continua

3 Agosto 2022 Por Almudena Sacristán
Retrato de Lupe de la Vallina
Los retratos son la especialidad de la fotógrafa madrileña Lupe de la Vallina. © Paula Argüelles para ‘El Debate’

Una vez le dijo a un amigo: “Yo lo que quiero es que me descubran”. Y así ocurrió. En la revista ‘Jot Down’ vieron su Flickr y distinguieron una mirada. Ellos fueron los primeros en adivinarla y ahora es ella la que no para de presentarnos otras miradas —las de sus retratados— al resto del mundo.

El barrio de Usera quema y pocos son los valientes que se asoman a la canícula. Al entrar en el coworking donde Lupe de la Vallina (Madrid, 1983) tiene su estudio, ella todavía no ha llegado. No pasan ni cinco minutos y aparece. Lleva un vestido camisón de color blanco, largo y vaporoso que parece que brillara a contraluz, que fuera mágico. Seguro que la propia Lupe, de haberse topado con esa imagen, hubiera sacado la cámara para hacer un retrato. Y hablando de su relación con su herramienta de trabajo, aquella que le ha llevado a publicar para Jot Down, EL PAÍS Semanal, GQ, Marie Claire o Telva, arrancamos la charla.

Tienes una cámara de fotos en tus manos, ¿qué sucede a continuación?
Empiezo a mirar qué está ocurriendo. A través de la cámara ves todo distinto a cómo lo ves a través de tus ojos. El otro día escuché a Alberto García-Alix decir que la diferencia entre mirar con ojos y mirar con cámara es que, en el segundo caso, hay una intencionalidad porque seleccionas. Con la cámara diriges tu atención y la de los que van a mirar hacia donde tú quieres.

¿Y ha de ser la tuya para que se produzca la reacción?
Para poder centrarte en una foto tienes que no pensar en absoluto en lo que estás haciendo técnicamente. Así que sí, yo necesito un tiempo para familiarizarme y que los dedos se me muevan solos.

“La diferencia entre mirar con ojos y mirar con cámara es que, en el segundo caso, hay una intencionalidad porque seleccionas”

Háblanos de tu cámara…
Me la compré con el primer sueldo gordo que gané y lo hice para irme a República Dominicana con un proyecto conjunto entre Jot Down e Intermón Oxfam. Hasta entonces, me sentía muy insegura porque tenía un equipo semiprofesional y cada vez me entraban encargos más complejos a los que no llegaba. De repente, fue tener la tranquilidad de haber invertido en algo que era verdad, que era real y que me iba a permitir hacer las cosas bien.

¿Quién dirías que ejerce poder sobre quién?
Es mutuo. Yo soy la que conociéndola la llevo a un sitio o a otro, obedeciendo eso sí las condiciones que ella me marca. Igual que la dinámica que se da entre el que posa y el que retrata, ninguno se puede imponer sobre el otro.

“Yo llevo mi cámara a un sitio o a otro, pero, igual que la dinámica que se da entre el que posa y el que retrata, ninguno se impone sobre el otro”

¿Cómo se despierta tu talento? ¿Siempre te has sentido conectada a la fotografía?
A las fotos sí. Mi padre hizo la mili en el Sáhara, y parte de sus dinerillos se los sacaba capturando los paisajes de por allí desde una avioneta y vendiendo las fotos a sus compañeros que las mandaban como postales. Siendo pequeña me regaló su Pentax, que era automática, manualísima, y yo me la llevaba todo el rato por ahí conmigo. Aun así, me costó mucho darme cuenta de que eso era una opción profesional.

El retrato es tu género con mayúsculas, ¿cuál de estas dos acepciones del término te gusta más: “aquello que se asemeja mucho a una persona o cosa” o “combinación de los rasgos externos e internos de una persona”?
En ambas me falta la intencionalidad del autor. Para mí, el retrato es la mirada de un artista sobre una persona en un momento determinado. Ya aprendí que no puedo sacar la esencia de nadie. Eso no es honesto. Una persona es de muchas formas siendo ella misma.

Tu disparador está muy acostumbrado a los famosos. ¿Son cómo el resto de los mortales o tienen un talento especial a la hora de posar?
En fotogenia son unos dioses. Yo a un actor, modelo o bailarín le lanzo unas indicaciones y rápidamente capta qué hacer con su cuerpo. Con los actores, por ejemplo, trabajo las emociones de forma directa. Les doy papeles. A Javier Rey le pedí que se metiera en la piel de un escritor que estaba intentando terminar su novela. Los artistas que están acostumbrados a trabajar con su imagen tienen la sensibilidad a flor de piel y saben jugar con ella sin miedo. Si están tristes, lo usan; si les da vergüenza, lo usan. A los demás nos asusta.

¿Y se puede captar y plasmar el talento de una persona en un retrato?
Puedes capturar cualidades humanas no tangibles siempre y cuando las sepas percibir.

“Los artistas están acostumbrados a trabajar con su imagen y saben jugar con ella sin miedo. A los demás nos asusta”

Con motivo del 25º aniversario del Festival de Málaga, protagonizaste tu primera muestra en solitario: 25 y seguimos de estreno, con 80 retratos a intérpretes españoles. ¿Qué significó para ti?
Estoy acostumbrada a ver mis fotos en el ordenador y en revistas, así que contemplarlas en plena calle Larios a uno por dos metros ha sido un sueño. Me enamoraba de cada persona que posaba delante de mi cámara y eso que a veces solo tenía dos minutos con cada una. El primer día, al montar todo el set, se me contrajo el estómago cuando vi que en el resto de stands todos usaban flash menos yo que usaba luz continua. ¿Qué importaba que ellos fueran de flash y yo de luz continua? Nada, pero en ese momento me entró un síndrome del impostor que me hizo pensar que estaba haciendo algo mal. Se me cerró el estómago hasta que hice la primera foto, quedó fenomenal y se me olvidó. He crecido como diez años con este encargo.

Annie Leibovitz, fotógrafa a la que admiras, asegura que su truco está en respetar, relajar y esperar al fotografiado, pero manteniendo una distancia emocional. ¿Compartes su método?
¡Yo me hago su novia! Durante 40 minutos somos novios y luego “buenas tardes, aquí no ha pasado nada”. Para hacer fotos a alguien te tiene que fascinar y la otra persona se tiene que dejar hacer. Yo no sé llegar a eso sin intimidad.

“Para hacer fotos a alguien te tiene que fascinar y la otra persona se tiene que dejar hacer. Yo no sé llegar a eso sin intimidad”

¿A quién te hubiera gustado fotografiar?
Lloré cuando me enteré de la muerte del actor Philip Seymour Hoffman. Nunca me lo había planteado y cuando ocurrió pensé: existe un mundo en el que no le voy a poder fotografiar. Me pareció como si me hubieran quitado algo.

Tú que eres muy tuitera, ¿una imagen vale más que 280 caracteres?
Yo siempre me quedo con que la imagen es una ventana que abres y la palabra una ventana que cierras. Los tuits pueden narrar tu conversación interna, descubriéndote que es universal y haciéndote sentir hermanado; pero un retrato, si es bueno, te va a llevar a una profundidad que la palabra no puede alcanzar.