Isabel Muñoz
La esencia del ser humano
Las luces y las sombras del ser humano. Esos son los elementos que Isabel Muñoz, Premio Nacional de Fotografía, lleva años captando con su cámara para escudriñar su verdadera esencia. Recientemente elegida académica de Bellas Artes, la fotógrafa vuelve a exponer, en el marco de PHotoESPAÑA (20 junio - 28 septiembre), la instalación ‘Somos Agua’ en los Antiguos Depósitos Pignatelli de Zaragoza.
Isabel Muñoz (Barcelona, 1951) lleva cuatro décadas fotografiando de forma profesional, y toda la vida retratando con la mirada. Su trabajo, experimentando con la platinotipia e innovando con técnicas inéditas, como la nacarotipia o coralotipia —utiliza polvos de concha y de coral—, ha sido reconocido con dos Premios World Press Photo y con el Premio Nacional de Fotografía, entre otros galardones. Su compromiso con el sufrimiento del otro, y del planeta, han convertido su trayectoria en el testimonio vivo de las luces y sombras del ser humano.
Con 13 años compraste tu primera cámara Instamatic. ¿Cómo recuerdas tus inicios en la fotografía?
Aunque siempre pensé que había empezado a esa edad, me he dado cuenta de que ya hacía fotos sin cámara desde antes porque siempre me gustó observar los sentimientos del otro. La búsqueda del ser humano es lo que me ha acompañado siempre. El primer curso de fotografía que hice fue en Photocentro, en Madrid, con Ramón Mourelle y Eduardo Momeñe. Era algo muy creativo y libre, una época efervescente.
La danza estuvo muy presente en tu infancia y adolescencia. ¿Cómo influyó en el desarrollo de tu talento?
Creo que la danza era parte de mi destino, pero no pude bailar profesionalmente porque en ese momento no me dejaron. Hoy en día sigo bailando. Con el tiempo empiezas a bailar de otra forma, analizas el por qué y traduces esa pasión en fotografía. Creo que la danza habla de nosotros, de las distintas culturas del ser humano, de cómo somos y cómo nos movemos.
“Lo más importante es la emoción porque una imagen que no es capaz de transmitir, que no cuenta nada, no me interesa”
¿Qué es más importante para ti en la fotografía: la belleza o la emoción?
Creo que lo más importante es la emoción porque una imagen que no es capaz de transmitir, que no cuenta nada, no me interesa. De hecho, para mí la imagen existe cuando el otro la observa. Me interesa la luz, la oscuridad, que esa imagen sirva para algo y transmita algo a través de la emoción. Si no lo consigues, mal asunto.
¿Cómo definirías el talento?
El talento es una mezcla de muchas cosas: genética, empatía, aprendizaje —puedes educar la mirada—, pero si no hay un sentimiento detrás no funciona, y eso no ocurre solo a la hora de hacer una imagen o contar una historia. No creo que el talento tenga que ver solo con la forma de mirar el mundo, sino que es una parte intrínseca del ser humano.
Tu pasión por la danza te llevó a retratar bailarines de flamenco, tango, danza cubana… Hasta que llegas a Camboya en 1996 y cambia tu fotografía. ¿Qué pasó?
Aquel viaje a Camboya, en el que mi idea era retratar la danza Khmer, fue un viaje iniciático. Allí conocí a Kike Figueredo, un sacerdote jesuita que se desvivía por la población local. Y recuerdo una cena con él y con el fotógrafo Gervasio Sánchez, hablando de las minas antipersona, que me cambió por dentro. Yo estaba pensando en fotografiar el cielo cuando en Camboya existía un infierno. Cuando vi el sufrimiento de las víctimas de esas minas, aquel niño al que acababan de cortar una pierna sin anestesia, Sokheum Man, abrí los ojos a un mundo que no había explorado, el mundo del dolor que está presente en nuestras vidas.
En ese viaje también hiciste una de tus fotos más icónicas: el brazo de la bailarina Pisith Pilika. ¿Qué significa para ti esa imagen?
Gracias a Kike Figueredo pude acceder al Ballet Real de Phnom Penh para retratar a las bailarinas de la danza Khmer. Es una danza pausada, con gestos de las manos que transmiten historias y tradiciones, que casi se pierde. El dictador Pol Pot ordenó matar a todos los maestros, incluidos los de música o baile. Sobrevivieron tres bailarinas mayores que, tras la caída de los Jemeres Rojos, enseñaban esa danza ancestral. Allí conocí a Pisith, que era una bailarina excepcional, bellísima, y tomé esa foto no posada de un gesto improvisado de su brazo. Años después, Piseth se vio forzada a ser la amante de Hun Sen, primer ministro de Camboya, y se sospecha que la mujer de este político ordenó su asesinato por celos, aunque el crimen nunca se resolvió. Siempre digo que esa foto es como mi relicario, una forma de recordar el sufrimiento y la impunidad.
De todos tus trabajos sobre el dolor humano, ¿cuál ha sido el más difícil?
Me viene a la mente el trabajo sobre las mujeres usadas como armas de guerra, pero también fue duro dar testimonio de las maras en cárceles superpobladas. El sufrimiento humano es infinito y después de fotografiarlo, de conocerlo, ya nunca eres el mismo. Para poder sobrellevarlo, cuando tienes el corazón tan estrujado que necesitas esponjarlo, me sirve coger después un proyecto de danza. El ser humano es capaz de las cosas más bellas y de las más terribles.
¿Alguna vez te has preguntado si sirve de algo la denuncia a través de la fotografía?
Es una pregunta recurrente, y te diré que la respuesta es sí. Muchas pequeñas voces hacen una gran voz y está demostrado su poder para el cambio. Me mantiene viva pensar que, de alguna manera, lo que hago sirve de algo. Por ejemplo, después de la exposición Mujeres del Congo en Kinsasa el propio gobierno congoleño empezó una investigación por el secuestro y violación de niñas o el uso de mujeres como armas de guerra. Eso se convierte en un motor.
En los últimos años has fotografiado la naturaleza con un mensaje ambientalista. ¿Es una forma de denunciar el cambio climático?
Cuando muestras la naturaleza en todo su apogeo y cuentas su historia, conciencias. El ser humano, de alguna manera, intenta cambiar cuando se da cuenta de que ha hecho algo mal. Pero no puedes defender nada que no ames y por eso mi trabajo habla de la capacidad de la naturaleza para regenerarse si la dejamos tranquila.
“El sufrimiento humano es infinito y después de fotografiarlo, de conocerlo, ya nunca eres el mismo”
Háblame de Somos agua, la instalación que se puede ver en Zaragoza en el marco de PHotoESPAÑA.
Yo no tengo suficiente con la fotografía tal y como la entendemos, necesito vídeos, escritos, sonidos, todo lo que aporta conocimiento. Así surgió Somos Agua, con la apneista Ai Futaki. Es una instalación que implica al espectador, que se expuso en el Museo Lázaro Galdiano el año pasado y que ahora se podrá ver en Zaragoza. Creo que PHotoESPAÑA ha cambiado la fotografía en este país: la saca a la calle y, además, apuesta por las nuevas generaciones de fotógrafos, que lo tienen muy difícil.
¿Cuáles son tus proyectos recientes y futuros?
Sigo investigando, a nivel técnico, posibilidades de impresión que tengan menor impacto ambiental. Y ahí entra Manolo Gordillo, un alquimista de la impresión con grandes conocimientos de grabado y serigrafía. Le pregunté: ¿puedes imprimir imágenes sobre polvo de conchas? Y así hicimos las primeras diez nacarotipias. En el evento Kyotographie de Japón quería presentar un mensaje sobre el calentamiento global y la contaminación de los mares que provocan el blanqueamiento de los corales y con ese material cree mis coralotipias. A nivel creativo, entre mis próximos proyectos está investigar los orígenes del ser humano en Göbekli Tepe (Turquía) para hablar sobre espiritualidad. ¿En qué momento empezó a creer el homo sapiens? ¿Por qué lo primero en lo que creyó fue en la naturaleza? ¿Qué le hizo trascender o compartir esa espiritualidad con la tribu?