Irene Sánchez-Escribano y Niko Shera
Objetivo: París - Ep. 6
Irene Sánchez-Escribano sabe perfectamente lo que es superar obstáculos y Niko Shera está acostumbrado a caerse y levantarse una y otra vez. Sus respectivos deportes, el atletismo y el judo, han forjado su carácter hasta convertirles en las personas que son hoy. Sus entrenadores, los cuales vieron el talento y el potencial que atesoraban, fueron claves en esa labor. Ahora, ambos sueñan con los Juegos de París.
Los Juegos de Tokio supusieron, por diferentes motivos, una frustración tanto para Irene Sánchez-Escribano (Toledo, 1992) como para Niko Shera (Tiflis, 1996). A escasos días de poner rumbo a la ciudad nipona, la atleta sintió un crujido en su pie izquierdo durante un entrenamiento. Las pruebas confirmaron la lesión: rotura del segundo metatarsiano. De forma cruel, Irene se vio obligada a posponer su gran sueño: participar en unos Juegos. “Pasé un verano muy triste —recuerda Irene—. Tenía la marca para competir desde 2019, pero vino la pandemia y se retrasaron a 2021. A diez días de viajar, ya con todo preparado, fui a entrenar y sentí como si hubiese pisado una rama. Me acuerdo de que lo único que me venía a la cabeza en ese momento era: no puede ser verdad, no puede ser verdad, no puede ser verdad…”.
Niko sí viajó a Japón y lo hizo como uno de los grandes favoritos al oro. El judoka de origen georgiano se había proclamado campeón del mundo apenas un mes antes de los Juegos y las expectativas, por tanto, eran altísimas. Finalmente, Niko tuvo que conformarse con un inesperado séptimo puesto. “La presión hizo que no disfrutara de la competición —reconoce Niko—. Hizo que compitiera peor. Iba avanzando en los combates, pero las sensaciones no eran buenas; podría haber perdido en el primero. La mayor presión me la puse yo, no la prensa, porque soy muy exigente conmigo mismo”. Al regresar de Tokio, Niko se refugió en su familia y, junto a su equipo, tomó una decisión que llevaba tiempo posponiendo: pasar de la categoría de -90 kg a la de -100 kg con la vista puesta en París.
Cuando Niko estaba empezando a adaptarse a la nueva categoría sufrió otro duro revés: rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha. Una gravísima lesión que le mantuvo varios meses apartado de los tatamis. Tras una meticulosa rehabilitación, este verano el judoka volvió a pisarlos. Y lo hizo, como no podía ser de otra forma, en su segundo hogar, el club de judo DojoQuino de Brunete, y con la misma ambición de siempre. “La lesión me obligó a desconectar del judo. Ahora me siento con más ganas y estoy deseando volver a competir. Mi objetivo sigue siendo el mismo: ser campeón en unos Juegos”. Si algo le ha enseñado el judo a Niko, tal y como él mismo asegura, es a no rendirse nunca. “En el judo te caes muchas veces. Una mínima desconcentración se castiga, pierdes por ippon y te vas para casa aunque hayas hecho todo el trabajo del mundo y sientas que estás preparado para ganar”.
“La lesión me obligó a desconectar del judo. Ahora me siento con más ganas y estoy deseando volver a competir. Mi objetivo sigue siendo el mismo: ser campeón en unos Juegos” — Shera
Una actitud, la de no rendirse, que comparte también Irene. De hecho, tras su lesión, regresó a la competición y en el verano de 2022, durante el Mundial de Eugene celebrado en Estados Unidos, consiguió su mejor marca personal (9:23:94). Una marca que no pudo mejorar en el reciente Mundial de Budapest (Hungría). Pese a ello, su objetivo sigue siendo clasificar para París y pisar el tartán del Stade de France. En ese camino le acompañará su psicólogo, Pablo del Río, con el cual lleva trabajando desde 2018. “Me ha ayudado mucho a tener más confianza en mí misma —confiesa Irene—. Y también me ayudó mucho con el tema de la lesión. Me refugié en la idea de que, pese a no estar en los Juegos, los había preparado bien y había disfrutado del proceso. Creo que disfrutar del día a día es lo más importante, el sentirme una privilegiada por poder dedicarme a lo que me gusta, a mi pasión”.
La forja del talento
Niko comenzó a practicar judo en Georgia de la mano de su padre, un apasionado de ese deporte. Cuando la familia decidió hacer las maletas y venir a España, el ya adolescente Niko no lo aparcó, sino que se volcó aún más en él. “En mi pueblo [Brunete] encontré un club, el DojoQuino, y ahí conocí al mejor entrenador del mundo. Tuve la suerte de cruzarme con él porque sin él no hubiera llegada a nada”. Así, con una mezcla de admiración, adoración y respeto, habla el judoka de Quino Ruiz, campeón de Europa en 1988 y subcampeón del mundo en 1991 en la categoría de -71kg, la persona que ha forjado el talento de un doble campeón del mundo (2018 y 2021).
En la carrera de Irene también han sido claves sus entrenadores, concretamente dos: José Luis Carbonell, la persona que la descubrió con 9 años, y Antonio Serrano, que la guió cuando se vino a estudiar a Madrid con 18. Antonio fue, de hecho, la persona que animó a Irene a dar el salto al 3.000 obstáculos, la prueba que la llevó a convertirse en la mejor de España —obtuvo su primer título en 2015 y repitió en 2017, 2018, 2019, 2020 y 2021—. “Hay veces que se produce un punto de inflexión en tu carrera deportiva porque encuentras a alguien. Si no me hubiese cambiado de prueba, ahora no me dedicaría a esto”.
“El talento, muchas veces, se considera algo innato, pero hay que desarrollarlo y eso conlleva trabajo, esfuerzo y sacrificio. Es la única manera de ser bueno en algo” — Sánchez-Escribano
A la hora de definir el talento, no sorprende que Irene y Niko compartan una misma visión, la que considera que el talento tiene algo de innato pero que, sobre todo, es fruto del trabajo. Pero mejor que lo cuenten ellos mismos. “El talento es como empezar un paso por delante de los demás y no hay que restarle importancia a eso, pero el esfuerzo y el sacrificio hacen el resto”, afirma Niko. Por su parte, Irene lo expresa así: “El talento, muchas veces, se considera algo innato, y yo creo que sí, que tienes que nacer con algo que te haga destacar, pero luego hay que desarrollarlo y eso conlleva trabajo, esfuerzo y sacrificio. Creo que es la única manera de ser bueno en algo”. Y Niko, para finalizar, destaca algo más: “La conexión del talento es muy importante porque cada uno, a nuestra manera, transmitimos, enseñamos y aprendemos. Yo aprendo todo el rato de la gente que tengo a mi alrededor”.