David Rodríguez Caballero
El alquimista del metal
Las depuradas líneas de las esculturas creadas por David Rodríguez Caballero establecen una relación única con la luz y el movimiento. De carácter elegante y etéreo, sus obras han sido expuestas (y admiradas) en todo el mundo. Su último reto, y es curioso porque él mismo compara la carrera de los artistas con la de los deportistas, fue la creación del nuevo trofeo del Masters de Madrid de tenis.
David Rodríguez Caballero (Palencia, 1970) siempre tuvo claro lo que quería ser: artista. Y, como él mismo reconoce, nunca se visualizó siendo otra cosa. En su temprana vocación tuvo mucho que ver su madre, que le transmitió su pasión por el arte desde bien pequeño. Poco a poco, y de manera natural, transitó un camino que le llevó a la escultura, disciplina en la que se ha convertido en uno de los grandes referentes en España. Nos atiende poco después de que el tenista Carlos Alcaraz levantara al cielo de Madrid —y mostrara al mundo— una de sus últimas creaciones, el nuevo trofeo del Masters de Madrid. Del exitoso presente saltamos al pasado para conocer mejor a este alquimista del metal.
¿Cuál es tu primer recuerdo relacionado con el arte? Tu primer stendhalazo, por ejemplo.
Desde muy joven estuve expuesto al arte, mi madre se encargó de ello. Digamos que, de alguna manera, ella proyectó su pasión conmigo. Recuerdo las visitas al Museo de Navarra y a la Catedral de Pamplona [fue criado allí], concretamente a su magnífico claustro. ¿Síndrome de Stendhal? Ocurrió más adelante, en una estancia de un mes en Londres durante la cual visité cada día sus museos: Tate, Portrait Gallery, British Museum... Prácticamente vivía en ellos.
Entonces, ¿en qué momento despierta tu vena creativa, cómo empiezas a desarrollarla y quién era tu referente?
Mi primera relación con el arte empezó, siendo yo muy pequeño, en una academia de arte donde pintaba paisajes. Era el mejor momento de la semana. Mi referente era mi profesor, un hombre de casi dos metros de altura y una morfología como de cuadro del Greco. Cuando hacía las correcciones en mis cuadros, me parecía mágico ver cómo, con un par de toques, articulaba las formas y el color de mis lienzos.
¿Cuándo te diste cuenta de qué podías dedicarte exclusivamente al arte?
Siempre quise dedicarme al arte y estaba seguro de que lo conseguiría. No podía visualizarme de otra manera. Fue al terminar la universidad cuando conseguí profesionalizarme con mucho trabajo, voluntad y observación.
“Siempre quise dedicarme al arte y estaba seguro de que lo conseguiría. No podía visualizarme de otra manera”
¿Qué motivaciones hubo detrás de tu salto de la pintura a la escultura?
Fue una transición muy natural... Como si estuviera predestinado. El precedente fue la incorporación del metal a mis obras pictóricas, luego llegó el pliegue y con él la tridimensionalidad, y así hasta convertirme en escultor.
Latón, bronce, cobre, aluminio… ¿te consideras un alquimista de la materia?
El metal es alquimia. Es un material mágico con cualidades antagónicas, es al mismo tiempo de gran rotundidad y de gran ductilidad. Durante el proceso de trabajo tiene algo de incontrolable. Es algo muy parecido a lo que sucede durante la cocción del material cerámico, es el fuego el que decide por encima de la mano del artista.
La luz es clave en tu obra. Pese a su intangibilidad, ¿es un material más para ti? ¿Cómo la utilizas?
Hay dos elementos importantes que siempre han estado presentes en mi trabajo y a través de los cuales he desarrollado mi obra escultórica: el pliegue y la luz. Sí, utilizo la luz como materia: mediante la erosión del metal, y según la incidencia lumínica del momento, provoco una reflexión cambiante de la luz. La luz da tono a los planos plegados y construye otros complementarios a través de la sombra, lo que contribuye a conformar la obra final.
Para David Rodríguez Caballero, ¿dónde está la inspiración?
En cualquier sitio… Sobre todo, en las pequeñas cosas, que son las que marcan la diferencia. Los detalles son más importantes que los grandes statements. Sin ellos estaríamos perdidos.
Te inspiran desde las máscaras africanas al origami, ¿te consideras un artista multicultural?
Totalmente. Mi vida es multicultural desde muy temprana edad. Como buen géminis siempre he querido esto y lo otro. Soy muy curioso y eso me lleva a una dispersión positiva en mis temas y pasiones. Mi obra es multicultural, como también lo son mi familia y mi estilo de vida.
Cuentas con un estudio en Madrid y otro en Nueva York, ¿qué importancia ha tenido esa ciudad para ti y qué te sigue aportando?
Nueva York ha sido fundamental para mí como artista. Tuve la suerte de vivir allí en la década de los 90 y en la segunda década de los 2000. Es una ciudad que mejora la obra a los artistas. Tras la COVID-19 las cosas han cambiado o están cambiando. Veo la ciudad muy transformada, con menos energía, pero estoy seguro de que recuperará su impronta y excelencia.
“Hay que tener una serie de capacidades para poder destacar, pero de nada sirven sin trabajo, voluntad y afán de superación”
Tuviste que marcharte a Nueva York para dar el gran salto, ¿crees que en España se cuida el talento?
España ha cambiado mucho durante los últimos años. Sobre todo, Madrid. En mi caso, fue necesario irme a Nueva York para dar ese salto. España está llena de talento, pero con una capacidad de concentración y una estrategia muy mejorables.
¿Consideras que el talento nace o se hace?
Hay que tener una serie de capacidades para poder destacar, pero de nada sirven sin trabajo, voluntad y afán de superación. Para mí, el 70% es practicar, practicar y practicar.
Cuentas ya con un par de décadas de trayectoria y aun así eres el escultor más joven de la Marlborough, ¿qué supone esto para ti?
Sí, soy el escultor más joven de la galería, pero lo importante es el recorrido final. La vida de un artista es imprevisible. Se parece mucho a la de los deportistas, aunque con un timing diferente.
La pandemia golpeó duramente al mundo del arte, pero ¿cómo te influyó a ti a nivel creativo?
He sido muy afortunado. La pandemia me permitió bajar el ritmo social y subir el ritmo en el estudio. Ha sido una situación terrible, pero a la vez algo muy positivo y necesario para mi desde el punto de vista de mi relación con mi obra. Las crisis y los momentos de desastre siempre me han traído buenas cosas. Es una especie de protección kármica que tengo.