Javier Cacho

Un ser humano en la Antártida

23 Noviembre 2022 Por Beatriz Portinari
El físico Javier Cacho ha pasado largas temporadas en la Antártida a lo largo de su vida
El físico Javier Cacho ha pasado largas temporadas en la Antártida a lo largo de su vida. © Cortesía de Javier Cacho

La Antártida se ha convertido en un segundo hogar para Javier Cacho. El físico español, cuyos estudios sobre el ozono en la zona consiguieron frenar la expansión del agujero, recibió un reconocimiento del que se siente especialmente orgulloso: una isla con su nombre. Al igual que sus admirados exploradores antárticos, Cacho ya forma parte de la historia del lugar donde, reconoce, descubrió “la grandeza del ser humano”.

El científico y escritor Javier Cacho (Madrid, 1952) pasó su infancia y adolescencia “con la cabeza en las nubes” y se convirtió en físico para poder estudiar la atmósfera y, en concreto, el ozono. Esto determinaría su carrera como investigador en la Comisión Nacional de Investigación Espacial (CONIE, actual Agencia Espacial Española) y en el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA), ya que su análisis de la atmósfera coincidió con la aparición del agujero de la capa de ozono en los años 80. Su carrera científica le llevó a la Antártida, donde trabajó como jefe de la Base Juan Carlos I. Además de escribir la primera enciclopedia española sobre el gas que nos protege, Antártida: El agujero de ozono, Cacho ha publicado biografías de grandes exploradores polares (Amundsen, Scott, Shackleton y Nansen), donde revela las luces y sombras del continente helado.

Tu carrera como físico de la atmósfera te llevó a especializarte en un gas poco conocido entonces: el ozono. ¿Por qué?
Recuerdo que un profesor habló del ozono y me pareció apasionante. Decidí preguntarle más sobre ese gas y me recomendó acudir a la biblioteca del Instituto Nacional de Meteorología. Allí pasé muchas horas y en cuatro meses preparé por mi cuenta un trabajo de más de 100 páginas sobre los orígenes y la medición del ozono. Cuando se lo fui a presentar, el profesor había dejado la universidad. La secretaria del departamento me recomendó que acudiera al despacho del catedrático Joaquín Catalá, el mayor experto en física de la atmósfera en España, y ahí pensé que mi aventura con el ozono había acabado.

Pero no fue así.
No, porque aquel catedrático quiso hablar conmigo. “Lo he estado leyendo. ¿Querría trabajar con nosotros?”, me dijo. Y así empecé. Fue cuando se compró el primer equipo de medición del ozono en la atmósfera en el INTA.

¿Cuándo llegó el ozono a los telediarios?
Cuando se produjo una destrucción masiva de ozono en la Antártida, que se medía desde 1956. Los ingleses también se habían dado cuenta, pero no se atrevían a decirlo, y los americanos igual. Eran datos tan raros que nadie se los creía. El instrumento que medía el ozono tenía un parámetro que daba error automáticamente cuando los datos aportaban valores muy altos, pero estaba ocurriendo: se estaba destruyendo la capa de ozono. El agujero era cada vez más grande y comprendimos las graves consecuencias de este problema. No sabíamos si se quedaría sobre la Antártida o si se extendería por todo el planeta y quedaríamos desprotegidos.

“El agujero de ozono nos dio una visión global, mostrándonos que nuestras acciones tenían consecuencias en todas partes”

En ese momento, aterrizas en la Antártida para analizar el fenómeno. ¿Cómo fue ese primer viaje?
España estaba organizando su primera expedición científica-oceanográfica. Me aceptaron y aparecí allí con mi instrumental para medir in situ lo que pasaba con el ozono. Observamos que el agujero de ozono solo se produce durante la primavera austral. En los siguientes viajes, en 1988 y 1989, fuimos con un instrumento para medir el dióxido de nitrógeno porque vimos que tiene un papel importante en la generación del agujero de ozono.

Y los científicos, al menos esa vez, conseguisteis concienciar a la sociedad. ¿Fue una cuestión de talento?
Más bien fue una cuestión de suerte. A la vuelta me encontré con que mi trabajo le interesaba a alguien y nos estábamos jugando mucho. Hasta ese momento, se entendía la contaminación como algo local; nadie podía imaginar que unos compuestos emitidos a la atmósfera en el hemisferio norte se trasladaran 20.000 kilómetros a lo largo de los años provocando una destrucción masiva del ozono. El agujero de ozono nos dio una visión global, mostrándonos que nuestras acciones tenían consecuencias en todas partes. Ahora lo hemos interiorizado, pero en aquella época mis amigos bromeaban diciendo que éramos los "apóstoles del ozono".

¿Cuál es la situación actual?
A partir del año 2000, comenzó a disminuir la extensión del agujero y la intensidad de su destrucción; pensábamos que era el primer éxito medioambiental. Parecía que íbamos por el buen camino, pero en los últimos dos años han aparecido dos nuevos grandes agujeros y desconocemos por qué se han intensificado. Estamos en un momento de alteraciones del clima y no sabemos aún cómo están afectando a la Antártida. Descubrirlo nos llevará más tiempo del que pensábamos.

¿Qué sacrificios o dificultades has afrontado en tu labor como científico?
Lo más difícil siempre fue dejar a mi familia durante meses para viajar a la Antártida. Para mi hija era durísimo. La Antártida le parecía un monstruo que se llevaba a su padre. Cuando ella tenía nueve años le escribí un cuento para hacerle entender cómo era vivir allí. Contaba la historia a través de un cachorro de husky siberiano en Las aventuras de Piti en la Antártida. Lo hemos vuelto a publicar con una editorial pequeña, Serendipia.

A cambio una isla de la Antártida lleva tu nombre.
Sí, una isla muy pequeña de la que me siento muy orgulloso: Cacho Island. Los grandes exploradores antárticos tienen su nombre en un mar, una montaña, un glaciar, una costa… Que el mío esté junto al de ellos me produce todavía más orgullo. Surgió a partir de una iniciativa de Bulgaria: querían agradecer mi labor de divulgación sobre el espíritu antártico porque cuando era Jefe de la Base Española ayudé a su delegación científica.

Durante años has investigado las grandes exploraciones polares: ¿crees que pueden servir para impulsar el talento científico?
Creo que es importante hablar de los exploradores antárticos porque han escrito páginas en la historia, con sus éxitos y sus fracasos, de una belleza tremenda y de las que podemos aprender lecciones para el día a día relacionadas con la solidaridad, la tenacidad y la perseverancia. Todo eso me parece clave y es lo que trato de reflejar en mis libros.

“En la Antártida encontré solidaridad, cooperación y ciencia. En ese entorno difícil descubres la grandeza del ser humano”

¿Existen exploradores que la historia haya olvidado?
Sí, y no son tan famosos como Amundsen, Scott, Nansen o Shackleton, pese a que fueron importantes, porque no tienen detrás esa épica. Hubo una expedición alemana que salió al mismo tiempo que la de Scott, pero como no hicieron nada grandioso no alcanzaron la fama. Dieron siete volúmenes de trabajo científico, pero eso no interesaba a los mandatarios. Hay más expediciones cuya historia merece ser contada porque muestran la tenacidad del ser humano. Estoy preparando un libro sobre ello y espero acabarlo en mayo del próximo año.

¿Qué papel jugaron las mujeres en esa etapa de exploración?
Ellas sí que fueron las grandes olvidadas porque en aquella época era muy difícil conseguir un patrocinador. Hubo una mujer, Louise Arner Boyd, que no lo necesitaba porque era millonaria. Se enamoró del Ártico y se dedicó a explorarlo, al principio por placer y después con el objetivo de cartografiarlo. Otra gran exploradora fue Josephine Diebitsch Peary, que llegó al Ártico acompañando a su marido, el también explorador Robert Peary, y tuvo una hija allí. “Si las mujeres inuit dan a luz aquí, ¿por qué no yo?”, decía. Estoy documentándome sobre ellas porque hay que reivindicar su papel: vivieron experiencias tan apasionantes como los hombres y su sensibilidad femenina aportó una visión distinta y enriquecedora a la exploración polar.

¿Crees que la Antártida saca lo mejor del ser humano?
La Antártida es un lugar de extrema belleza y dureza a la vez, no perdona un error y puedes morir. Encontré, sobre todo, solidaridad, cooperación y ciencia. Lo más habitual era ayudarse los unos a los otros, aún poniendo en riesgo tu vida para salvar al compañero. Allí estás rodeado de seres humanos y te da igual de dónde vengan o cómo sean. En ese entorno difícil, opresivo a veces, descubres la grandeza del ser humano.