Javier Vallhonrat
“Cuando pausas, pasan muchas más cosas”
De los talleres de los grandes de la moda a la soledad de una tienda de campaña se adivina todo un proceso de evolución y transformación en la trayectoria artística de Javier Vallhonrat. El autor de 'La sombra incisa', la exposición que inaugura PHotoESPAÑA 2019, nos descubre que la profunda reflexión que hay detrás de su obra se apoya en herramientas mucho más básicas y esenciales que una cámara o un objetivo: tiempo, silencio, intuición.
Nos recibe en su casa, escondida entre encinas y matorrales, y mientras nos conduce por senderos de grava hasta un pequeño taller nos cuenta que lo primero que hizo antes de construirlo fue pedir permiso al terreno, porque no quería arrancar ningún árbol. Una gata asoma la cabeza cautelosa y a Javier se le ilumina la cara. De golpe lo entendemos todo. La pasión que Javier siente por la naturaleza va mucho más allá del respeto o la fascinación estética; tiene que ver con sentirse parte indisoluble de ella, con entender que todos formamos una misma unidad: el árbol, la gata, el glaciar…
Porque el glaciar pirenaico de la Maladeta, ese misterioso protagonista de la exposición La sombra incisa, plato fuerte y pistoletazo de salida de PHotoESPAÑA 2019, es también un “ser viviente” que sufre y se desangra poco a poco ante la mirada respetuosa y cargada de amor de Javier Vallhonrat.
“Es como si uno estuviera viendo una ballena varada muriendo. El glaciar despierta en mí un sentimiento de reverencia, de sobrecogimiento y ternura, y a la vez de rabia e impotencia. Ver la indiferencia con la que asistimos y la impunidad con la que seguimos ejecutando acciones que sabemos que son gravemente perjudiciales para el medio ambiente, es decir, para nosotros… Eso es lo que me ha movido a iniciar, en su origen, este proyecto”, asegura.
Pero La sombra incisa no es solo una iniciativa documental para alertar contra el cambio climático: “Si el glaciar de la Maladeta no activara en mí pensamiento artístico, no haría un proyecto de este tipo sobre él”.
Registro y permanencia, en uno
Desde hace varios años, cuando en verano se deshace la nieve y el glaciar queda al descubierto, Javier Vallhonrat acampa junto a él: durante casi un mes allí duerme y desde allí fotografía, entre otras cosas, el fenómeno de rimaya, ese espacio vacío, esa línea en sombra que se forma cuando el hielo se retira de la roca.
“Una parte del proyecto implica permanecer al borde del glaciar con un dispositivo que he fabricado: una tienda de campaña de alta montaña transformada en cámara oscura con la ayuda de unas señoras costureras, muy aventureras, que me fabricaron una réplica de la tienda en un tejido más opaco”. Con las cremalleras de la tienda cerradas, el fotógrafo asoma por una ranura el objetivo de la cámara, insertado en una caja —también de fabricación casera— que hace las veces de protector. Dentro de la tienda, la oscuridad es total, y Javier proyecta la imagen que capta del exterior en una placa translúcida. Cuando la imagen que visualiza es la correcta, coloca una película sensible y dispara.
“La idea era poder permanecer en mi cámara fotográfica, o registrar con mi habitáculo. Quería alejarme de esa idea del fotógrafo que llega, mira, registra y se va; y ser más la persona que hace compañía, que permanece, que escucha... Prolongar el tiempo y generar una relación simbólica con el glaciar”.
Más que simbólica, la relación que el fotógrafo ha forjado con el glaciar a lo largo de estos años es física, íntima, casi mística: hasta el punto de que él y su mujer planean irse a vivir junto a él definitivamente en los próximos meses.
El glaciar a vista de pájaro
Otro de los bloques más interesantes de La sombra incisa es 53. Perfil, una pieza formada por 53 fotografías tomadas desde una avioneta, fragmentos del glaciar que, unidos, componen su fisonomía completa. Una idea, la de fragmento y contexto, que al artista le interesa mucho: “Estaba tan asustado que la mitad de mis energías estaban puestas en dar gracias por sobrevivir a aquel vuelo a 4.500 metros con la cúpula de metacrilato abierta, para que pudiera asomarme y fotografiar… Pero la belleza es indescriptible”.
Su intención, una vez más, va más allá de lo puramente estético: “Además de percibir el contexto entero, quería poner de manifiesto que esta idea de entender las cosas en su complejidad y en su 'completud' es una fantasía humana, como tantas otras”.
Javier nos cuenta que, en esa soledad, en ese retiro silencioso que le impone su compromiso artístico con el glaciar de la Maladeta, en ocasiones incluso fantasea con la posibilidad de que los escasos visitantes con los que se encuentra (una mariposa, una araña…) vengan ex profeso a verle a él.
“La alta montaña es siempre un viaje hacia el interior. Primero, te pone en contacto con tus límites. Aprendes cosas sencillas y muy básicas, pero también muy profundas”.
Parar para que sucedan cosas
La pausa y el silencio son hoy sus grandes aliados. Lejos, física y emocionalmente, quedan sus años como fotógrafo de moda: la época vertiginosa de las portadas de los Vogue internacionales, sus colaboraciones para firmas como Yves Saint Laurent, Lancôme o Shiseido, su trabajo al lado de creadores como Sybilla, John Galliano o Christian Lacroix. “Yo era un bicho raro en la moda, siempre lo he sido. Sabía que mi vida era otra cosa”. Para Javier, la moda tuvo sentido en una época concreta, muy reivindicativa, cuando el éxito, que le alcanzó muy joven, le ofreció posibilidades muy interesantes de experimentar e investigar, y sobre todo, una gran libertad. Pero siempre tuvo clara cuál era su prioridad: el tiempo: “Cuando pausas, pasan muchas más cosas. Esa es la paradoja”.
El artista es consciente de que la sociedad actual, y la fotografía contemporánea en particular, se mueven en el sentido contrario: “Cada vez devoramos más cosas y en menos tiempo”. En esta generación compulsiva de contenido, las nuevas tecnologías, en concreto las redes sociales, juegan un papel determinante. “Aunque en torno a las redes sociales también surgen fenómenos y reflexiones interesantes, esa voracidad de consumo de imágenes va en detrimento del sentido revelador de la creación artística”. Pero siempre queda lugar para la reflexión: “Actualmente hay en fotografía un movimiento muy fuerte que está volviendo a cámaras de gran formato, al trabajo analógico, porque permiten una mayor disposición de escucha, de reflexión en torno a la imagen y, sobre todo, de búsqueda de propósito”.
De su relación con la moda, Javier Vallhonrat conserva esa disciplina, ese rigor que se adivina incluso en su forma de caminar, en cómo maneja su objetivo o pasa las páginas de sus cuadernos.
El poder de la intuición
Sus años de actividad docente en escuelas como el Efti le han permitido ser testigo del gran salto cualitativo que se ha producido entre los alumnos de su generación y los actuales: “Los fotógrafos de mi época estuvimos muy desasistidos de un corpus teórico en torno a la fotografía y de maestros que mantuvieran un diálogo directo con la creación artística contemporánea. La fotografía vivía en un gueto”. Este doble vínculo de los profesores actuales está permitiendo que se forme, en su opinión, una generación de fotógrafos con mucho potencial artístico.
Pero para hacer volar ese talento, lo primordial para Vallhonrat es poner atención en las sensaciones. “Soy poco de dar consejos, y mucho de invitar a vivir experiencias. En mis clases invito a mis alumnos a que encuentren inspiración en el contacto con el cuerpo, a que pongan el cuerpo como caja de resonancia al servicio de la intuición”. La clave reside en recuperar ese tipo de pensamiento intuitivo que integra también el pensamiento científico y racional. Porque en su opinión, la intuición nos aporta un conocimiento y una sensibilidad difícilmente sustituibles.
El viento mece de vez en cuando los árboles, algún insecto revolotea y el campo anticipa los olores del verano que se acerca. Sin darnos cuenta, nosotros también nos hemos fundido en la calma de este entorno que nos envuelve. Quizá, después de haber compartido este momento con el artista y de habernos asomado al glaciar de su mano, seamos capaces de ver y entender otras cosas. Quizá, querido Javier, esa mariposa sí viniera a verte a ti.
Artista y fotógrafo, Javier Vallhonrat Ghezzi es Licenciado en Bellas Artes, Licenciado en Psicología, Terapeuta Gestalt y Máster en Psicoterapia Humanista Integrativa.
De su actividad docente, que ha impartido en instituciones públicas y privadas de todo el mundo, destaca actualmente su labor en Efti como director y profesor del Curso de Creatividad y Estrategias en la Fotografía Contemporánea y como profesor del Máster Internacional de Fotografía y Gestión de Proyectos Personales. También impartió clases en la Facultad de Bellas Artes de Cuenca. Es, entre otros, Premio Nacional de Fotografía (1995), Premio Bartolomé Ros PHotoESPAÑA (2007), Premio Cultura en Artes Plásticas de la Comunidad de Madrid (2010) y Premio Trayectoria de Fotografía 2018 de la Fundación ENAIRE. Su obra se encuentra en colecciones como la del Museo Reina Sofía de Madrid, el Gran Duc Jean de Luxemburgo o el Museo de Arte Moderno de Filadelfia.