Anna Surinyach
Una imagen, mil palabras
La fotoperiodista Anna Surinyach captura la realidad con un discurso visual que invita a hacerse preguntas y a indagar más allá del instante. Las crisis humanitarias y las migraciones globales son temas recurrentes para su lúcido y comprometido objetivo, con el que pretende cambiar el discurso sobre los movimientos de población y desmontar algunas de las falacias creadas en Occidente en torno a ellos.
Como dice Anna Surinyach (Barcelona, 1985), “las imágenes han de generar mil preguntas” sobre las que construir una opinión crítica de los hechos. En ello se basa el fotoperiodismo de calidad. “Estar informado requiere esfuerzo, no se limita a observar una fotografía”, mantiene la fotoperiodista. A través de relatos que buscan una lectura alternativa, denuncia situaciones como la de los refugiados en Lesbos, los rescates en el Mediterráneo o, más recientemente, la realidad de las familias divididas por la guerra de Ucrania. Su trabajo ha sido expuesto en Buenos Aires, San Francisco, París, Barcelona o Madrid, y su corto documental #Boza formó parte de la selección oficial del Festival de Cine de Málaga 2021.
¿Cuándo descubriste tu vocación por la fotografía y cómo surge tu talento?
Se me daban bien las ciencias, vengo de una familia de médicos y tenía asumido que yo también lo sería. Pero al irme a matricular comprendí que no era lo que quería hacer. En ese momento, más que ser fotógrafa quería ver lo que pasaba en el mundo. Había viajado siempre mucho con mis padres en autocaravana y como a nadie de mi familia le gustaba hacer fotos pues las hacía yo. Pensé que quería vivir así y, además, contar lo que veía con imágenes. Me puse a estudiar Periodismo y en tercero hice prácticas en Médicos Sin Fronteras, ahí tuve claro que era mi manera de vivir.
¿Qué cuentan las imágenes que no consiguen transmitir las palabras?
Lo que persigo cuando hago fotografías es que generen mil preguntas: ¿por qué ocurre esto? ¿cuáles son las causas? Es cierto que, a veces, lo que queda en la memoria es un instante, lo estamos viendo con la guerra de Ucrania o los rescates en el Mediterráneo, pero creo que una imagen no te cuenta la historia al completo. Para mí una imagen tiene que despertar el interés de quien la ve y, a partir de ahí, empezar la búsqueda de información.
“Construir un relato visual consistente que vaya más allá de un instante, eso debe ser el fotoperiodismo”
¿Cómo desarrollas ese tipo de discurso visual en tus proyectos?
Consumimos una gran cantidad de imágenes. No solo generan imágenes de una guerra los fotógrafos profesionales, también nos llegan a través de otros canales y muchas no están filtradas. Un fotógrafo profesional debe hacerte ver aquello que para otra persona puede pasar desapercibido. En Mariupol, una de las ciudades ucranianas más atacadas durante el conflicto, una maternidad fue bombardeada y enseguida nos llegaron imágenes, pero los fotógrafos continuaron acudiendo los días siguientes y contaron el relato más allá del bombardeo. Poco a poco, empezarán a llegar relatos paralelos a las bombas y esas historias ayudan a comprender. El fotógrafo no tiene que ser el primero en llegar, pero sí el último que se va.
¿Cómo se consigue profundizar en una situación de conflicto?
Retomando el tema de Ucrania, ahora están yendo fotógrafos que nunca habían trabajado en un conflicto o que acuden solo una semana. Los fotógrafos profesionales ya estaban allí antes de que Rusia iniciara la invasión, incluso fueron en 2014 cuando arranca el conflicto en el Donbás. Estos son quienes están contando realmente lo que sucede porque lo entienden de forma más profunda. Construir un relato visual consistente que vaya más allá de un instante, eso debe ser el fotoperiodismo.
¿Es posible mantener la objetividad ante ciertas situaciones?
Soy la primera que me emociono, solo faltaría que no lo hiciese con lo que he visto. Cuando fotografío rescates o movimientos de población me posiciono y fotografío así. Creo que es absolutamente injusto que haya personas saliendo de países como Siria o Irak a las que se les niega reiteradamente el asilo. La fotografía no es objetiva: eliges qué y cómo fotografiar para contar un relato, pero una cosa es posicionarse y otra no ser honesta o no contar todas las aristas. Evidentemente, cuando veo personas muertas en el Mediterráneo o niños que se han quedado huérfanos porque sus padres les buscaban un futuro mejor, me conmuevo y el día que no lo haga tendré que cambiar de profesión.
Llevas más de una década fotografiando migraciones, ¿qué te llevó a centrarte en esta realidad?
Cuando empecé a trabajar con Médicos Sin Fronteras me centré en crisis humanitarias y enfermedades ignoradas. Poco a poco, también por la realidad del país donde vivimos, estuve mucho en Melilla contando los saltos a la valla y la gente que espera en el Monte Gurugú en Marruecos. Estamos en el momento de la historia en que más personas han tenido que dejar sus casas por motivos relacionados con la violencia. En los medios vemos a mucha gente cruzando el Mediterráneo, pero la mayoría de las personas que salen de Sudán del Sur, República Centroafricana, Somalia, Etiopía o Eritrea huyen a países vecinos. También empecé a contar este tipo de movimientos de población para desmontar la falacia de que todos quieren venir a Europa.
¿Quienes son tus referentes en el fotoperiodismo?
Me quejo mucho porque cuando estudias fotografía los referentes son hombres: Sebastião Salgado, James Nachtwey, Mauricio Lima… Son figuras que me gustan, pero hay otras; por ejemplo: Donna Ferrato, que hace temas muy íntimos de violencia de género o Darcy Padilla. Cuando me di cuenta de que la mayoría de los referentes del fotoperiodismo eran hombres occidentales contando cómo es el mundo decidí ampliar mi espectro y buscar fotógrafos locales. Siempre hablo de Carole Alfarah, que es una mujer siria que fotografía lo que pasa después de las bombas. Hay que hacer un esfuerzo para buscar más allá de los grandes nombres porque es algo que enriquece los relatos.
“La fotografía no es objetiva: eliges qué y cómo fotografiar para contar un relato, pero una cosa es posicionarse y otra no ser honesta”
Además de fotoperiodista eres editora gráfica en la revista 5W, ¿cuál es vuestro objetivo?
Queríamos contar historias de larga distancia y de largo recorrido, darles y darnos el tiempo que se necesita para hacerlo en profundidad. Cuando montamos 5W nos dimos cuenta de que hay un sector de la población interesado en recibir este tipo de crónicas. Como editora gráfica, la idea es hacer un uso consciente de las imágenes, que aporten y cuenten algo, no meter imágenes solo para rellenar huecos.
¿En qué proyectos estás trabajando ahora?
Estamos intentando encontrar recursos para hacer algo similar al cortometraje #Boza que hice junto a Séverine Sajous en 2020. Este documental hablaba de los procesos migratorios utilizando las imágenes que los implicados generan de manera natural con sus móviles, algo que ayuda a cambiar el relato y permite ver a los protagonistas de igual a igual. También estoy siguiendo historias de Afganistán porque hay centenares de mujeres que quieren salir del país y no las dejan. Además, estoy documentando desde España lo que está pasando con quienes llegan de Ucrania. Por fin Europa ha demostrado que puede dar una acogida digna, pero tenemos que ver la evolución porque el corto plazo es muy fácil, el medio no tanto y el largo es dificilísimo.