Beatriz Polo
La fotografía como terapia
La fotografía como medio para expresar lo que no puede decirse con palabras o para, a modo de terapia, superar el dolor y la pérdida al tiempo que se visibilizan temas silenciados, como el duelo perinatal. Así es el trabajo de la mallorquina Beatriz Polo, que tras una carrera centrada en lo intimista y lo simbólico da una vuelta de tuerca y apuesta por la inteligencia artificial como nueva herramienta fotográfica.
“Cuando a Graciela Iturbide se le murió su hija, fotografiaba pájaros. Yo no sé qué fotografiar. Tu padre me cuida, ojalá lo hubieras conocido, Laia, te hubiera amado sin ponerte ninguna condición”. Así se expresa la fotógrafa Beatriz Polo (Mallorca, 1976) en su proyecto Nasciturus, sobre el duelo y la pérdida perinatal, una de las apuestas más valientes e innovadoras en el ámbito de la fotografía contemporánea. La artista visual, finalista en la XVIII Beca de Fotografía Roberto Villagraz en 2020, emplea su cámara de fotos como salvavidas para construir historias de sueños, pérdidas y superación. Su obra ha sido expuesta en la Triennial of Photography de Hamburgo, la Real Sociedad Fotográfica de Madrid y la MIA Photo Fair en Milán.
¿Cuándo surgió tu interés por la fotografía?
Mi primer contacto con la fotografía fue en la Facultad de Bellas Artes de Granada, cuando me engancharon lo analógico y el trabajo en laboratorio. Después me concedieron una beca Séneca y elegí seguir con esta disciplina en Bilbao. Mi faceta más artística, de dibujo figurativo, también se inspiraba en las imágenes que sacaba. Y ahora me centro en una fotografía planificada y escenificada; sigo dibujando bocetos y esquemas previos a partir de los cuáles fotografío, hibridando ambos lenguajes.
¿Qué referentes femeninos de la fotografía te inspiran?
Siempre menciono a Graciela Iturbide: su blanco y negro, y su forma tan delicada y sensible de acercarse a las personas. Laia Abril me parece impresionante y Marina Núñez con un componente más tecnológico. El proyecto Kinderwunsch de Ana Casas Broda sobre su maternidad también es inspirador. Y diría más: Rinko Kawauchi, que es una de mis favoritas, Shirin Neshat, Nan Goldin y Elina Brotherus.
“El arte siempre me ha parecido una forma de expresar lo que no podía decir con palabras”
¿Cómo definirías tu talento fotográfico y cómo ha evolucionado?
No tengo una dialéctica elaborada: soy bastante tímida e introspectiva, así que el arte siempre me ha parecido una forma de expresar lo que no podía decir con palabras. Aunque también he realizado proyectos documentales, me siento más identificada con aquellos que reflejan mi mundo personal.
Dices que planificas mucho tu obra, ¿crees que tiene más peso la técnica que la intuición?
Hay una parte de libertad y de intuición que hay que dejar fluir, pero soy muy metódica a la hora de construir la imagen: la iluminación, los modelos, la composición. Un proyecto en el siglo XXI debe tener un concepto detrás, no solo una imagen interesante. Hay que recopilar información y profundizar. Muchos creen que un artista nace por intervención divina, pero no se crea una obra de arte de la nada. La gente no es artista así como así: es una profesión y hay mucho trabajo, disciplina y esfuerzo detrás.
¿Alguna vez has dudado de que ese esfuerzo mereciera la pena?
Yo vivo de la docencia, eso paga las facturas, aunque me gustaría dedicarme exclusivamente a la fotografía. A veces pido excedencias para seguir aprendiendo o terminar proyectos fotográficos, como Los que van y vienen o Women Empowerment, que implicaban viajar. Un proyecto fotográfico puede llevarte años de investigación y experimentación, ¿cómo te mantienes durante ese tiempo? Ser artista, fotógrafa en este caso, en España es vivir en la precariedad, pero siempre merece la pena.
En uno de tus proyectos retratas a mujeres indias desde un punto de vista distinto: empoderado. ¿Cómo surgieron estas fotografías?
Es uno de los pocos trabajos documentales que he hecho, en colaboración con la Fundación Vicente Ferrer. Me impresionó muchísimo la labor que hacen con mujeres de Andhra Pradesh y Telangana en el sur de la India, concediéndoles becas para estudiar o practicar deportes. Son chicas en situaciones muy complejas en una sociedad donde no se las valora, pero ¡tenían tanta fuerza física y mental! Con mi fotografía intenté reflejar su empoderamiento. Conocí mujeres que, al comprar un terreno para cultivarlo y tomar las riendas de la economía familiar, evitaban la violencia en su propio matrimonio.
En tus obras hablas del anhelo a través de migraciones, pérdidas, sueños... ¿Hay algo de autobiográfico en ese hilo conductor?
Sí… pero no es algo consciente. Por ejemplo, Los durmientes surgió a partir de la enfermedad de mi padre y verlo a él y a tanta gente dormir en los hospitales. La serie de fotografías L’illa refleja un momento de cambio en mi vida, salí de mi isla (Mallorca) para estudiar el Máster de PhotoEspaña en Madrid. Después cogí mis ahorros y viajé durante ocho meses para desarrollar Los que van y vienen, que refleja las historias de los emigrantes españoles que se fueron con la crisis de 2008
Tu trabajo más reciente, Nasciturus, también refleja una experiencia personal.
Nasciturus surge después de dos años parada, improductiva por una serie de circunstancias personales. Estuve mucho tiempo sin tocar la cámara, reflexionando sobre lo que me había pasado… Creo que somos muchas las mujeres que nos hemos sentido madres y atravesamos un proceso de duelo al perder al hijo no nacido. Toda una generación de mujeres que hemos retrasado la maternidad por distintos motivos nos encontramos en esa situación.
“Muchos creen que un artista nace por intervención divina, pero no se crea una obra de arte de la nada”
¿Qué sientes al utilizar tu talento para visibilizar esta situación?
Para mí es terapéutico. Cuando me di cuenta de que muchas mujeres a mi alrededor habían vivido lo mismo y se encontraban con la misma incertidumbre sobre la maternidad a edades tardías, sufriendo abortos naturales y viviendo un duelo silencioso, fui consciente de que era un tema tabú, invisibilizado en la sociedad. Mi idea es reflexionar sobre la inmersión de los procesos tecnológicos en la fertilidad y la necesidad de tener una imagen para sobrellevar el duelo.
¿Y cómo se traslada esta última reflexión a la fotografía?
El proyecto todavía está en marcha y el objetivo es construir la imagen de un hijo ficticio mediante inteligencia artificial, creando unas Redes Neuronales Generativas Adversarias (GANs) capaces de generar imágenes fotorrealistas. Primero entrenamos a una red neuronal a partir de un banco de imágenes de padres, madres e hijos biológicos y después se crea un algoritmo para obtener la imagen del hijo ficticio. Es una forma de “ponerle cara”. Otra parte del proyecto, A Laia. Álbum para una hija no nacida, consta de imágenes que son metáforas de mi propio duelo. Empleo el color rojo para hablar de fertilidad y el azul refleja un proyecto de familia que no pudo ser. La última parte de Nasciturus consistirá en el registro audiovisual de mujeres que han sufrido una pérdida perinatal. Si alguien quiere compartir conmigo su testimonio o fotografías familiares para entrenar la red neuronal, les agradecería mucho que se pusieran en contacto.