Festival EÑE
La otra guardia del verso
El Festival EÑE, la gran cita literaria nacional, vuelve tras dos años a su formato presencial. Grandes firmas de habla hispana y creadores emergentes se reúnen en torno a uno de los temas poéticos universales: El amor. Sobre amor, el papel de la poesía en la sociedad actual y sus nuevas manifestaciones hablamos con tres de los autores imprescindibles: Álvaro Tato, AJO y Luna Miguel.
A veces es un recordatorio de lo que acontece en la vida, otras una inspiración o vía de escape para lo que supera al individuo. La poesía es un flujo en dos direcciones, influye en la sociedad contemporánea de la misma forma en que se nutre de ella. Identificarse con el verso permite reconocer escenarios y, también, transitarlos. Poemas que ahora se escriben en digital o se cantan reinventando la sonoridad de lo que se piensa como un nuevo castellano. “Creo que las redes sociales han favorecido la difusión de la poesía. Tanto de la mala como de la buena. Pero es que antes de las redes sociales la poesía mala también se publicaba, así que estamos en paz”, manifiesta la poeta, periodista y escritora Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990).
En la misma línea de pensamiento se sitúa el poeta, dramaturgo y actor Álvaro Tato (Madrid, 1978). “La poesía es joven. Efectivamente hay nuevas corrientes, algunas me producen más sospechas como la de los poetas tuiteros. Lo positivo es que permite que las masas juveniles se acerquen a ese fenómeno, pero me inquieta que sean malos. Me encantaría leer un buen libro de poetas de este estilo”. Como dice el dramaturgo, este formato está acercando el verso a las masas, sobre todo a las más jóvenes. Pero no es el único. “Mi punto de vista es que la poesía nunca ha abandonado a los jóvenes, simplemente ha ido cambiando en el tiempo. Unas veces ha sido escrita y, la mayoría, cantada. Me provoca respeto, admiración y cariño la generación del hip hop, del rap y toda esa verbalidad, a veces mala, a veces soez y otras descubridora de nuevos resortes métricos y rítmicos de nuestro idioma”, considera Tato.
“La poesía nunca ha abandonado a los jóvenes, simplemente ha ido cambiando en el tiempo. Unas veces ha sido escrita y, la mayoría, cantada”
Salirse de la norma es una vía certera para conectar con el público. María José Martín (Saldaña, 1963), más conocida como AJO, lo sabe por propia experiencia. Su espíritu artístico punk resurge en forma de ‘micropoemas’ capaces de agitar conciencias, sin superar los cinco versos. “No todo lo que es breve es un micropoema ni todo lo que rima es un poema. Estamos viviendo la era de la sobreinformación de manera que no es de extrañar que las brevedades ganen terreno”. Además, la autora defiende la capacidad del poema para sumergirse o mutar en otras disciplinas: “Me encanta con la música en todas sus dimensiones, formas y estilos. Pero la poesía puede mezclarse con absolutamente todas las expresiones artísticas. Hay edificios, por ejemplo, que son poesía pura”.
Además, la palabra poética entretiene. Su magnetismo es tal que puede cambiar el humor, despertando una carcajada o desencadenando una lágrima, u ofrecer una segunda lectura ante un fenómeno dado. “Nos encontramos en profunda crisis espiritual, económica, social y, por tanto, no solo es importante, sino también urgente que la poesía nos venga a rescatar”, comparte el poeta y dramaturgo Álvaro Tato. El madrileño alude al papel de las nuevas generaciones para que eso suceda: “Los nuevos rockeros, cantautores y raperos están creando una poesía nueva fascinante que dará lugar a nuevos poetas (aparte de los poetas librescos) en la forma de presentar su obra. Hay una generación nueva llena de ganas de hacer música de las palabras”.
“Nos encontramos en profunda crisis espiritual, económica, social y, por tanto, no solo es importante, sino también urgente, que la poesía nos venga a rescatar”
¿Qué temas ocurren en la poesía contemporánea?
Lo fascinante es que todos estos nuevos formatos beben del mismo caldo del que lo hacía la poesía épica griega. “Las circunstancias pueden cambiar lo que quieran, pero hay temas atávicos que intentamos comprender generación tras generación que no varían”, sugiere AJO. Algo provocado por la constante incapacidad del ser para resolver ciertas cuestiones inherentes a su existencia. “Somos una especie con unas preocupaciones y emociones tan concretas, tan pendientes de la consciencia de la mortalidad, que si lees la poesía universal, rara vez encuentras otras cuestiones. Desde los poemas creados en el siglo VIII a.C. hasta uno publicado antes de ayer, tratan el amor como un tema que deja de ser un tema, porque cuando hablamos de él, hablamos de humanidad”, manifiesta Tato.
La capacidad de atracción del amor y su influencia es tan grande que Luna Miguel confiesa centrar toda su producción sobre dicha materia: “Ocupa un espacio total y absoluto. Yo sólo escribo por amor, pienso desde el deseo y leo hacia la ternura”. No obstante, la pluralidad de perspectivas desde las que se puede abordar este asunto convierten al amor y su contrario en una fuente incansable de inspiración. “Yo creo que los grandes temas siempre son los mismos: el amor y la muerte, por ejemplo. Otra cosa es cómo se abordan. Ahí sí que nos vamos adaptando conforme la historia avanza. Sólo con el amor puede verse. No es lo mismo el amor intelectualizado de un José Ángel Valente, que el desromantizado de una Anne Carson, que el pasional de un Federico García Lorca o que el amor con olor a chicles de una Berta García Faet. ¿Me explico?”, expresa Miguel. Para AJO la verdadera sustancia está en el desamor: “Soy más de escribir en desamor, cuando se desmorona todo, es cuando realmente necesito ponerle palabras a la maraña de emociones. El amor vivo te provee de certezas, es constructivo. De todas formas, el romántico ya no me interesa, afortunadamente. Le quita mucho tiempo al amor propio”.
¿Requiere, entonces, la creación de la palabra poética un trabajo introspectivo?
Las emociones trascienden del universo interno, pero canalizan acontecimientos ajenos al propio individuo y el poema tiene la capacidad de capturar ambas realidades. “Esa mirada o idea de que la poesía es la proyección del espíritu interior y requiere la introspección del poeta es una visión tremendamente romántica. Proviene del romanticismo alemán, el inglés y francés y devenido en el modernismo y las corrientes vanguardistas. No deja de ser la expresión del deseo exacerbado de que es el yo el que construye la palabra poética. Es mi pena, mi alegría, mis pasiones, es mi ego el que construye, y el vosotros lee mi yo, el ser inflamado de poesía. Yo, sinceramente, no creo en esa visión, aunque la comprendo, y hay gran parte de la poesía contemporánea que bebe de ahí”, argumenta Tato.
No obstante, el poeta invita a indagar en autores como Rimbaud y su descubrimiento de que el yo es otro, Antonio Machado o los neopopulares del 27. “La misión del poeta es emitir esa palabra en el tiempo, esa música del idioma, dejarla dicha, cantada o escrita para que el que escucha y lee sea el que complete el poema”, continúa.
¿Qué talento demanda la poesía?
Es incuestionable que hay que armarse de talento para que el verso trascienda. Entendimiento sobre lo que acontece e ingenio para que las estructuras conecten quien escucha o lee. “Antes escribía a borbotones. Cuando la adolescencia pasó, empecé a planificar qué quería decir y desde dónde, y qué posibilidades me entregaba el género. Me inspira cualquier cosa, especialmente aquella que tenga que ver con el deseo (el deseo amoroso, el deseo de estar viva, el deseo de llanto o el de risa)”, confiesa Luna Miguel, que se deja inspirar por miles de referentes cambiantes. “Joyce Mansour, Elena Garro, Sara Torres, Audre Lorde, Diane di Prima, y así hasta el infinito”, aclara. Además, sentarse a escribir exige un ritual concreto, distinto al de otras expresiones creativas.
De esto sabe AJO, que da continuidad a su faceta literaria con recitales en el mismo formato: “Los microshows se preparan en tiempo real, me subo al escenario y no sé qué poemas voy a recitar ni cómo. Tampoco sé qué es lo que va a tocar el/la músico/a que me acompañe. Es un momento de presente perfecto en el que solo tengo que estar atenta a lo que se celebra en el escenario. Escribir ‘micropoemas’ va por otro sitio. Unas veces son pequeñas obsesiones que tengo que ir reduciendo y tardo días en organizar. Otras veces vienen ya ordenados y resumidos de no se sabe dónde”.
“Además de la perseverancia, el talento requiere una gran dosis de levedad, que no es lo mismo que ligereza”
Tato es otro buen conocedor de las diferencias en el proceso creativo entre la escena y la escritura: “Un proceso no tiene nada que ver con otro y mucho menos con un poema. Con un poema, uno se siente como un canal: un poema ha elegido tu mano para escribirse. Algunos son laboriosos y me paso tres semanas para encontrar un giro, una estructura sintáctica, una metáfora. A mí me encanta desplegar toda la técnica que he aprendido de los siglos que nos preceden y me lleva mucho tiempo. Me gustaría pensar que el teatro me ha enseñado a escribir poesía de forma activa, rotunda y sintética. Cuanto menos digas en un poema más dices y cuanto más musical, más inolvidable”.
Pero no solo de talento se hace un poeta, pues el oficio necesita otro tipo de habilidades que sustenten al genio. “Además de la perseverancia, el talento requiere una gran dosis de levedad, que no es lo mismo que ligereza. Una pluma es ligera y vuela sin control; un pájaro es leve y se dirige a donde quiere jugando con el viento. Es preciso ser pájaro y no pluma. Creo que aprender a ser flexible, adaptarse, escuchar, fluir con la realidad sin ceder ni cerrase a ella, es otra clave esencial para que el talento madure con inteligencia. O como cantaba Camarón por tangos: “Yo seré como la mimbre,/ que la bambolea el aire/ pero se mantiene firme”, concluye Tato.