Emilio Tuñón

Arquitectura sin ego

12 Noviembre 2025 Por Roberto C. Rascón
Emilio Tuñón
Emilio Tuñón fue galardonado con el Premio Nacional de Arquitectura en 2022. © Luis Asín

Una arquitectura hecha por las personas, con las personas y para las personas. Esa es la máxima que defiende Emilio Tuñón, un arquitecto que no trabaja para sí mismo, sino para la ciudad, su entorno y sus habitantes. Su trayectoria, reconocida en 2022 con el Premio Nacional de Arquitectura, ha estado muy marcada por el tiempo —de ahí su corta pero excelsa producción—, al que considera un material de construcción más.

Su antiguo compañero Luis Mansilla, aquel con el que Emilio Tuñón (Madrid, 1959) montó su primer estudio allá por 1992, siempre decía que las personas vivían de la segunda cosa que sabían hacer mejor. Tomando por buenas las palabras de Luis, ¿cuál es la primera en el caso de Emilio? “Cuidar de mi familia —confiesa—. Me encanta pasar tiempo con mi mujer y mis hijos. Y, aunque ahora se me da bien cocinar, lo que mejor se me ha dado siempre es dibujar. Podría haberme ganado la vida con el dibujo”. Y realmente lo hizo, aunque fuera poniendo sus dotes para el dibujo —las cuales siempre alabó su madre— a disposición de la arquitectura. Con honestidad y humildad, haciendo gala de una generosidad, una empatía y una discreción que se trasluce en cada uno de sus proyectos, Emilio ha desarrollado una carrera que, en 2022, le hizo merecedor del Premio Nacional de Arquitectura. Antes había recibido el Premio de Arquitectura Contemporánea Mies van der Rohe 2007 de la Unión Europea o, junto a Luis Mansilla, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes 2014. Su último galardón, el Premio Ciudad en la categoría de Arquitectura Sostenible, lo recibió durante Open House Madrid 2025, evento patrocinado por Iberia. Además, ha logrado crear escuela como docente, uniendo a diferentes generaciones de arquitectos. A los que vienen les propone un viaje: “El mejor país para empezar a descubrir la arquitectura es Italia. Estés donde estés, es deslumbrante”.

Siempre ha defendido “una arquitectura hecha por las personas, con las personas y para las personas”. ¿A qué se refiere con esa frase?
Es una frase que tomé prestada para hablar de la condición humanística de la arquitectura. Cuando digo “por las personas” me refiero a los arquitectos, pero la hacemos “con las personas”, que son todos los agentes implicados —ingenieros, urbanistas, ecólogos, sociólogos, artistas—, y “para las personas”, que son tanto aquellos que participan desde su interior —sus usuarios— como desde el exterior —los ciudadanos—. La arquitectura es fruto de una conversación.

Concibe la arquitectura como un “arte impuro”, nacido de una mezcla de obsesiones privadas y necesidades públicas. ¿Cómo conviven ambas en usted?
Siempre se discute si la arquitectura es un arte o no, de ahí la expresión “arte impuro” que procede de un texto del catedrático Antón Capitel. En realidad, se refiere a la arquitectura como un arte mediado que requiere la participación de distintos agentes. Lo de la mezcla de obsesiones privadas y públicas procede de una cita del filósofo americano Richard Rorty, que decía que el pensamiento es fruto de una coincidencia accidental entre ambas esferas, es decir, entre aquello que despierta tu interés y aquello que demanda la sociedad. Cuando esa coincidencia se produce en la arquitectura, pueden catalizarse procesos exitosos.

“Cada vez que un arquitecto contrae y asume la obligación de ayudar a construir un mundo mejor es un éxito. Si además es discípulo mío, la alegría es doble”

Vayamos a sus raíces… ¿Su pasión por la arquitectura germina durante una visita a la Mezquita de Córdoba que hizo junto a su padre con ocho años?
La Mezquita me produjo un shock. Por primera vez comprendí que había espacios cualificados, una arquitectura distinta a la que estaba acostumbrado. Sin embargo, iba para ingeniero naval porque mi hermano lo era. Me gustaban las matemáticas, la física, la química… Pero dibujaba muy bien y mi madre me dijo que probara con la arquitectura. Me animé y con solo 16 años entré en una escuela politécnica.

Como amante de la docencia, ¿qué siente cuando alguno de sus alumnos extiende sus alas y pone su talento a volar?
Lo vivo como un gran éxito. Para mí, no hay mayor alegría que ver a mis estudiantes desarrollando sus actividades como arquitecto. La arquitectura es muy difícil y hay un porcentaje muy alto de gente que acaba dedicándose a otra cosa. Cada vez que un arquitecto contrae y asume la obligación de ayudar a construir un mundo mejor es un éxito. Si además es discípulo mío, la alegría es doble.

“Hay que enseñar a los alumnos a decir que no”, comentó en otra entrevista. ¿Ante qué situaciones debe plantarse un arquitecto?
La arquitectura debe mejorar la vida de las personas. Ahí reside su valor. Creo que hay muchas construcciones que no son adecuadas ni para las personas, ni para la ciudad, ni para la naturaleza… Cuando aparecen la especulación o el egoísmo, es el momento de decir que no. Para un arquitecto es muy importante no equivocarse, decir que no a todo aquello que, moral y éticamente, crea que no debe realizarse.

Hay dos palabras que repite con asiduidad cuando habla de arquitectura: honestidad y humildad. ¿Considera que son dos rasgos claves en un arquitecto?
Un arquitecto es un servidor público y aceptar esa condición es la base de su trabajo. Es decir, un arquitecto construye espacios para que las personas desarrollen sus actividades y ha de hacerlo con la honestidad y la humildad de aquel que trabaja para los demás. La falta de honestidad o humildad termina produciendo mala arquitectura.

“Un arquitecto construye espacios para que las personas desarrollen sus actividades y ha de hacerlo con la honestidad y la humildad de aquel que trabaja para los demás”

Sus proyectos no apabullan, sino que transmiten equilibrio y discreción. ¿Tienen mucho que ver con su propia personalidad?
Me gusta hacer una arquitectura que no moleste. Un arquitecto ha de tener respeto por todo: por el entorno, por las personas, por la situación política, por la situación económica… Un estudio no debe producir obras que generen malestar, ha de lograr que se integren en la naturaleza, en la ciudad y en las personas con naturalidad, sencillez y discreción, aun cuando sean grandes infraestructuras.

Siendo uno de los arquitectos más reputados de España, ha construido poco más de una veintena de proyectos. ¿El tiempo es un material de trabajo más para usted?
Cuando Luis Mansilla —tristemente fallecido hace ya 13 años— y yo empezamos a trabajar, planeábamos hacer una decena de edificios durante nuestra vida profesional. Con Luis realicé unos diez y con mi socio actual, Carlos Martínez de Albornoz, llevo otros tantos. Somos muchos arquitectos y no está de más repartir, ¿no? El tiempo forma parte de la construcción de un edificio, al igual que de la vida de las personas. Siempre digo a los clientes que necesito tiempo: para pensar, para dibujar, para charlar con los técnicos, para construir... No todos los edificios pueden levantarse en 18-24 meses. Al final, el tiempo acaba convirtiéndose en un material de construcción. Pero el tiempo más relevante es el de uso, cuando el edificio va transformándose y envejeciendo como las personas.

Es un gran defensor de la restauración y la reutilización. ¿El futuro de las grandes ciudades pasa por ahí?
Sin duda. Por un lado, está la restauración de edificios con valores arquitectónicos, conservarlos es importante para que las próximas generaciones los disfruten. Por otro, está la reutilización. Tenemos una gran cantidad de edificios, muchos de ellos vacíos, y una gran demanda de vivienda. Durante los últimos años, en la escuela estamos trabajando mucho en la reutilización de edificios para convertirlos en viviendas.

Como buen conocedor de la realidad de la arquitectura en España, cuénteme cuánto talento hay y si echa en falta más reconocimiento.
En España hay muchísimo talento y tenemos una de las mejores arquitecturas del mundo. La gente joven tiene una formación y unas capacidades tremendas. Y también tenemos arquitectos de mediana edad de altísimo nivel. Además, se hace una arquitectura bien construida, ajustada económicamente y con vocación de servicio. En Barcelona, por ejemplo, están haciendo una labor increíble con la vivienda social. Respecto a la falta de reconocimiento, no lo considero tan importante, lo relevante es que puedan seguir trabajando.