Adriana Ozores

Una rebelde muy clásica

3 Julio 2019 Por Fruela Zubizarreta
Adriana Ozores Almagro
Adriana Ozores, una mujer de 60 años en su mejor momento. © Diego Martínez

Si hay un premio prestigioso en nuestro teatro ese es el Corral de Comedias del Festival de Almagro. Su inminente nueva propietaria, Adriana Ozores, lo agradece y recibe con todo el amor del mundo. Los ochenta y noventa fueron para la heredera del gran clan de cómicos años de crecimiento y éxitos con la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Hoy, con 60 recién cumplidos, mucho cine y muchas series en su mirada serena, hablamos de talento y entrega.

No para. En otoño estrena Invisibles, de Gracia Querejeta, pero antes se deberá subir a las tablas de Almagro para recibir su Premio Corral de Comedias. Adriana Ozores (Madrid, 1959) está feliz y lo transmite.

¿Qué significa este premio para ti?
Es como si un rayo viniese del pasado y, boom, me atravesase con el recuerdo de muy buenos momentos. Mi etapa haciendo teatro clásico es una de las más importantes de mi vida. Fueron muchos años haciendo teatro clásico. A Almagro estuve yendo nueve años, imagínate, y cada festival montábamos una obra y algunas ediciones hasta dos. Unas doce. Fue una etapa muy marcada en la que le dedicabas los días enteros al teatro, entregabas todas las horas del mundo. Las vacaciones quedaban supeditadas al teatro. Recuerdo que teníamos un sueldo fijo y estábamos a tiempo completo. Dedicación absoluta.

¿Qué aprendiste en la Compañía Nacional de Teatro Clásico?
Muchísimo. Fue la mejor escuela, porque uno puede ser médico o ingeniero, pero haber aprendido en una mala escuela, pero a mí me tocó la mejor universidad posible, la de espíritu más abierto y las miras más internacionales. Éramos muy europeístas. Lo que hacíamos no era pequeñito o provinciano. Hacíamos cultura con mayúsculas y podías percibirlo en todo, en los montajes, en la ambición que cada de uno de nosotros le poníamos a cada proyecto, en la atmósfera que se respiraba.

¿Qué significa para ti Adolfo Marsillach?
Adolfo era muy ambicioso, no solo por querer dar forma grandes productos, sino porque quería darle un giro radical al concepto que del teatro clásico se tenía en este país. Nos enseñó a trabajar los personajes con la hondura y las calidades que cada uno precisaba y, sobre todo, a recitar en verso con maestría, y créeme que es de lo más difícil que hay: estás diciendo el verso cinco, pero hasta el diez no comprendes lo que estabas diciendo en el cinco. Eran horas y horas de trabajo de mesa hasta entender bien la psicología de los personajes.

Marsillach tenía fama de duro…
Sí, lo era, pero a mí me quería y me respetaba mucho. Teníamos conversaciones larguísimas que para mí fueron determinantes. Recuerdo que estábamos ensayando Fuenteovejuna y yo estaba embarazada sin saberlo; era una representación muy física en la que tenía que tirarme al suelo o saltar desde dos metros. Algo casi acrobático. Cuando supe que estaba embaraza hablé con Adolfo un poco asustada porque, claro, tenía que decirle que me iba una temporada larga. Pero fue maravilloso porque, con una sonrisa, me dijo: “Por encima de todo ten a tu hijo y ya seguiremos hablando”.

¿Cuándo te sumerges en un personaje, dónde queda Adriana: observando desde una esquina o se toma unas horas libres?
No, es un dúo. Personaje y actor deben ser como un matrimonio o, mejor dicho, como dos hermanos gemelos. Lo ideal es dejarte inundar por el personaje, pero tú como persona no puedes desaparecer. Yo tengo que aportarle muchas cosas al personaje, debo hacerlo; le dejo mi cuerpo, mis pensamientos, mis emociones, mi manera de entender la vida… Se trata de aportar en ambos sentidos.

Perteneces a una de las más grandes sagas de cómicos maravillosos de este país. ¿Tu giro hacia el clásico fue una necesidad de encontrar tu propio camino, tu propia voz?
Absolutamente, era una parte de mi ADN que hacía falta reivindicar. Por algún motivo dentro de la familia me tocó a mí. Yo lo busqué, lo seguí y lo peleé. Pero sí, así fue, hice todo lo contrario a lo que cabría esperar de mí.

¿Cómo eran esos encuentros familiares en casa de los Ozores?
A mi padre, desgraciadamente, lo disfruté poquito (falleció cuando Adriana tenía 9 años), pero mis tíos eran tronchantes; sobre todo Antonio, que era tan divertido en escena como en casa. El recuerdo general que tengo de todos es de una enorme creatividad en casa, estaban todo el día haciendo fotografías, pintando, creando y grabando historias en casetes. Estaban todo el día creando. Era imposible aburrirse.

El teatro es bastante más difícil que cualquier otra disciplina, principalmente porque la vulnerabilidad a la que te lleva es muy alta, te expones al máximo

Más de 40 películas, unas 15 series de televisión, infinidad de representaciones teatrales… ¿Dónde te sientes más a gusto?
El teatro es bastante más difícil que cualquier otra disciplina, principalmente porque la vulnerabilidad a la que te lleva es muy alta, te expones al máximo. En el cine estableces una relación íntima con la cámara, es algo mucho más privado. Hay que decir que no estoy de acuerdo con quien afirma que si no haces teatro no eres buen actor, eso es una tontería. Pero sin duda el teatro es una gran escuela.

¿Cómo ves a las nuevas generaciones de actores?
Por un lado, veo gente algo despistada y, por otro, gente muy comprometida. Gente que se lo toma muy en serio, que se compromete al máximo y que ama esta profesión que puede ser muy dura e ingrata. Los medios solo mostráis la punta de iceberg, porque este trabajo exige un compromiso personal alto.

¿Qué es el talento?
El talento es algo que, no se sabe muy bien por qué, alguien recibe y que, como todo, cuanto más lo cultives mucho mejor. El talento es algo misterioso y maravilloso.

Tu arco de interpretación es impresionante. ¿Cómo te las has arreglado para no encasillarte nunca?
Mira, justo ahora, posando para vuestras fotos, pensé que se me debe de dar bien esto de interpretar (risas) porque en cada foto, y mira que me habéis hecho, he puesto una postura diferente. Yo es que me aburro enseguida y por eso siempre estoy inventando algo diferente.

¿Si no hubieses sido actriz a qué te habrías dedicado?
A muchas cosas. Como heredera de toda la creatividad de mis apellidos supongo que podría haber tirado por muchos caminos. La pintura me fascina, todo lo plástico me atrae sobremanera. Como actriz llevo también unos años ayudando a usar la herramienta de la interpretación a través de unos cursos para personas que necesitan llegar a conocerse mejor.

Este premio te pilla en una edad muy redonda y muy bonita: 60 años. ¿Cuál es tu balance vital?
No me ha dado tiempo a hacer balance todavía. Me están pasando tantas cosas bonitas a la vez que no he podido pararme a pensar en los 60. Pero desde luego está siendo una etapa de cambio importante a muchos niveles. Lo que tengo claro es que a los 60 no se ha superado realmente nada, hasta que un buen día te das cuenta de que tienes mejores herramientas. Y eso, para qué engañarnos, es un gran alivio. Son herramientas que te ayudan a enfrentarte a las cosas complicadas de la vida con bastante más tranquilidad.

¿Qué te entristece?
Ufff, muchas cosas. Supongo que la ceguera, empezando por la mía y siguiendo por la de todos. El no querer ver y, lo que es peor, el no poder ver, porque a veces uno quiere ver, pero no puede hacerlo.

¿Cómo vas a agradecer el premio de Almagro?
¡Señor, es verdad! Algo tendré que preparar. Este premio ha sido con un perfume del pasado que ha vuelto para envolver totalmente. Sobre todo, tengo que encontrar las palabras exactas para agradecer aquellos diez años de emociones tan maravillosas.