Andrea Abreu

La revolución del lenguaje

27/10/2023 · Por Roberto C. Rascón
Andrea Abreu, escritora
Andrea Abreu, escritora galardonada con el Premio Festival Eñe Talento a bordo 2023. @ Lilia Ana Ramos Martín

Esperruñar, alpispa, macaneo, estregarse, jarrapa… Esas expresiones, libres de cursivas y comillas, están presentes en las páginas de ‘Panza de burro’, la novela que en 2020 revolucionó el mercado editorial español. Su joven autora, la tinerfeña Andrea Abreu, que recibirá el Premio Festival Eñe Talento a bordo 2023, continúa reivindicando su derecho a experimentar con el lenguaje y la literatura.

En abril de 2020 salió al mercado una novela, Panza de burro, que se convirtió en un fenómeno editorial. Y lo hizo pese a estar escrita por una chica insultantemente joven, Andrea Abreu (Icod de los Vinos, 1995), ser publicada por una editorial pequeña (Barrett) y contar con numerosas palabras y expresiones propias del “quinqui canario neorrural”, como lo define la propia autora, desconocidas para muchos de los lectores. Una anomalía en el mercado literario. Más de tres años después de aquel bombazo, casi resulta una obligación preguntar a Andrea por su esperada segunda novela. “Yo también estoy expectante —ríe sin eludir la pregunta—. Es un proyecto más ambicioso que seguirá ahondando en el territorio y el lenguaje canario. No se aleja demasiado de lo que fue mi primera novela, pero no es una segunda parte de Panza de burro; lo digo por si alguien la estaba esperando”. El 28 de octubre Andrea recibirá el Premio Festival Eñe Talento a bordo 2023, un galardón que reconoce el talento literario emergente. Me siento muy agradecida porque nunca conté con lograr ningún tipo de reconocimiento, así que cada vez que recibo uno me siento en shock”, asegura.

Más de tres años después del éxito de Panza de burro, ¿cómo ha sido la resaca?
Lo que me pasó a mí no es habitual y el proceso ha sido complejo. Tengo que reconocer que no he sabido lidiar adecuadamente con la situación, pero es que no es sencillo procesar un cambio tan radical. Nunca había tenido una perspectiva vital desde la que mirar al futuro con tranquilidad; siempre me había dedicado a cosas muy precarias, como camarera o dependienta, y no tenía mayores pretensiones. Me había dado cuenta de que dedicarme a lo que quería, que era el periodismo más que la literatura, era muy difícil. Así que me siento muy agradecida por todo lo que ha pasado con el libro.

Tras la publicación de Panza de burro dejaste Madrid y regresaste a Tenerife. Vista desde fuera parece una decisión arriesgada.
Cada vez más estoy virando hacia una perspectiva del mundo que reduzca la velocidad de producción. La literatura, aunque parezca inofensiva, también forma parte de esa rueda y no estoy a favor de ese ritmo capitalista. Creo que cuando estamos en la vorágine de la gran ciudad pasamos a integrar ese mecanismo. A mí me pasó. Ahora estoy en otra onda y quiero ser coherente con mis ideas.

“Lo más sostenible es apegarse a un entorno, conocer su cultura y generar comunidad. El desarraigo es contrario a la sostenibilidad”

Vivimos en un mundo globalizado que tiende a la homogeneidad. Paradójicamente, obras como Panza de burro, que miran a lo local, despiertan un gran interés. ¿A qué achacas este fenómeno?
Creo que mi generación está comprendiendo que el proceso que nos llevaba a forjar menos vínculos con las personas y los territorios, en parte por esa aspiración a ser ciudadanos del mundo, que es el mensaje predominante, no es sostenible. Lo más sostenible es apegarse a un entorno, conocer bien su cultura y generar comunidad con las personas que lo forman. Al final, el desarraigo es contrario a la sostenibilidad.

Con Panza de burro pusiste nerviosos a los ortodoxos del lenguaje al usar canarismos. ¿Alejarte de la oficialidad era la única forma de contar esa historia?
A veces pienso que algunas personas lo interpretaron como una provocación y sí, en cierta medida lo era, pero lo que buscaba era usar el dialecto canario añadiéndole un componente de clase, tanto en la narración como en los diálogos. No quería mostrar la versión más culta del dialecto canario, la registrada en los diccionarios, sino representar el quinqui canario neorrural, como lo denomino yo. No solamente puse nerviosos a algunos académicos del español, también a una parte de la Academia Canaria de la Lengua. Incurrí a propósito en esas incorrecciones, que para mí no lo son, porque quería ejercer mi derecho a experimentar con el lenguaje y la literatura.

Más de una vez has confesado que en tu casa no había prácticamente libros. ¿De dónde crees que viene entonces tu pulsión por la escritura?
Yo también me lo pregunto. La mayoría de las personas con las que hoy comparto mi pasión por la literatura empezaron a leer desde pequeñas y tenían un entorno propicio. En la cultura canaria rural a la que pertenezco, la literatura oral, que es tan válida como la escrita, tiene un peso muy fuerte y pienso que ahí nació. En mi familia siempre hubo grandes cuentistas, sobre todo de terror, que contaban leyendas canarias sobre brujas, fantasmas y demonios. Creo que adquirí la capacidad de contar historias antes de saber escribirlas.

¿Y quiénes son tus referentes en el mundo de la literatura?
Siempre me cuesta responder a esta pregunta. Durante mi adolescencia tuve una obsesión muy grande con Julio Cortázar. Su forma lúdica de entender la literatura me ayudó a conformar mi propia perspectiva, sobre todo en lo relativo a la experimentación. Hoy en día, el primer nombre que me viene a la cabeza es el de la argentina Selva Almada. Me veo muy reflejada en sus historias, ambientadas en la provincia de Entre Ríos y, junto a otras autoras, me han enseñado que, si sus variantes del español son válidas, la mía también. A nivel cultural, Canarias siempre ha tenido muchos lazos con Latinoamérica y en los entornos rurales, como el norte de Tenerife al que pertenezco, es muy palpable. De mi generación te diría Aida González Rossi y Munir Hachemi. También mencionaría a Fernanda Melchor, María Fernanda Ampuero, a mi propia editora, Sabina Urraca, y al autor canario Víctor Ramírez.

Siempre hay una conexión que nos cambia la vida. En tu caso, ¿cuál fue?
Mi encuentro con mi editora: Sabina Urraca. La editorial Barrett tiene un proyecto en el que una vez al año encarga a alguien, pueden ser escritores o incluso cantantes, como Julieta Venegas, editar un libro. Yo estaba participando en un taller impartido por ella y le leí algunas páginas de mi historia. No tenía ninguna pretensión, pero a ella le gustaron y un día me llamó para decirme que quería editar mi novela. Aquella llamada me cambió la vida y todos los días me siento agradecida.

“Aunque suene cursi, para mí el talento es una cuestión de fe. Si una tiene la habilidad, la forma de ser coherente es creer en ti misma”

Vas a recibir el Premio Festival Eñe Talento a bordo. ¿Qué significan para ti este tipo de galardones?
No sé si continúo siendo muy naíf, pero me siento muy agradecida porque nunca conté con lograr ningún tipo de reconocimiento, así que cada vez que recibo uno me siento en shock. La novela salió hace tres años y que, aún hoy, haya personas que se acuerden de ella y piensen que merezco un premio me honra y me llena de orgullo.

Y ese talento que reconoce el premio, ¿qué significado encierra para ti?
Aunque suene cursi, para mí el talento es una cuestión de fe. Seguro que hay una parte del talento que es genética, pero yo creo más en el talento que se construye con el ejercicio. También creo que mucha gente de mi clase considera que no tiene talento y lo que no tiene son oportunidades. Si una tiene la habilidad, la forma de ser coherente es creer en ti misma. Para mí, estos años han consistido en desprenderme de lo que los demás pensaran de mi trabajo.